sábado, 21 de mayo de 2011

Embozos

La vida me angustia y se transforma en pesadillas, recuerdos de la infancia, temores de la niñez deformados por la niebla del sueño nocturno. En la oscuridad, con los ojos abiertos, mientras aguardaba la llegada de la dulce inconsciencia que había de borrarlo todo por unas horas, estaba seguro de que en cualquier momento alguien entraría por la puerta de la habitación, una sombra más negra que la negrura desleída de la madrugada. Se acercaría a mi cama, y sin apenas llegar a verlo, el destello de un filo descendería sobre mi cuerpo y acabaría conmigo. A veces me despertaba convencido de haber sentido el hielo del metal penetrando en mi carne. Aún me sucede. Sólo existía una forma de protegerme de mis evanescentes asesinos, cubrirme con las mantas hasta la punta de la nariz, mejor hasta la coronilla. Hoy, ahora, dentro de unos minutos, cuando vaya a la cama, repetiré el ritual de cada noche; cerraré la puerta de la habitación, arrastraré el embozo de las sábanas hasta los ojos y esperaré a que llegue el sueño, atento a los sonidos que rondarán, sin duda, en el pasillo. Ignoro la razón, pero sé que es muy importante: mis brazos deben quedar debajo del cobertor, bajo ningún concepto tienen que asomar al gélido aire que poco a poco lo invadirá todo. Así, quizá sobreviva un día más, quizá no perezca cuando las pesadillas abandonen mi cabeza y acechen mi inexistencia.

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