Tenemos lo que nos merecemos. Mientras voy hacia el trabajo,
escucho los resultados de la última encuesta demoscópica (vaya palabra) sobre
las elecciones. El resultado es invariable: victoria rotunda del PP. Sin
embargo, hay más ciudadanos que piensan que la campaña del PSOE está siendo más
sincera y honesta; de igual forma, son más los que creen que las soluciones y
propuestas de los socialistas son más realistas y que una mayoría absoluta del
PP no sería positiva. Qué gran paradoja. El uno está consiguiendo hacer una
campaña electoral sin enseñar la patita, solo grandilocuencias y palabras
huecas. El otro tiene muy claro lo que hay que hacer para sacar al país de la
crisis (¿qué crisis?), y hasta suena bien lo que dice, pero uno piensa en por
qué no lo hizo cuando estaba en el Gobierno, no hace muchas semanas. Tiene un
problema de credibilidad, no tanto por él como por su jefe. Hoy mismo he leído
un artículo de Arturo Pérez-Reverte. Le llamaba imbécil, al jefe, y este era
uno de los adjetivos más suaves. Duro, muy duro el artículo, pero muy veraz.
Decía el escritor: “Me da más miedo un imbécil que un malvado […] un imbécil
puede convertirse en el peor de los malvados. Precisamente por imbécil.”
Así las cosas, estamos a punto de elegir a un poco fiable
candidato para dirigir el país en un tiempo dramático. La mayoría no cree en
él, ni en su programa (desconocido), ni en sus intenciones, y a pesar de todo
va a ganar. Estos son los políticos que tenemos (¿para qué hablar de Urkullu,
el de la mata y la patata, Rosa Díez monotema, Cayo Lara fuera de órbita, los
fascistas reconvertidos de Amaiur…?), fiel reflejo de los ciudadanos que van a
representar. Porque ellos son como nosotros, no nos engañemos. Todos los
calificativos que les apliquemos nos valen para nosotros mismos.
Siempre me ha parecido que para sacarse el carnet de
conducir se debería tener un nivel mínimo de coeficiente intelectual.
Somos un país extraño.
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