Hace ya tiempo dijo Unamuno que el nacionalismo era una
enfermedad que se curaba viajando. La aseveración continúa siendo válida,
aunque habría que añadir que no basta con viajar, además hay que tener los ojos
de la mente y el entendimiento abiertos para darnos cuenta de que las personas
son iguales en todas partes, se ríen de lo mismo, aman las mismas cosas, lloran
de la misma manera cuando mueren sus hijos, sus padres sus esposas o maridos.
Sin embargo, hoy más que nunca, parece que arrecia el viento del nacionalismo;
los políticos de aquí y allá se envuelven en las banderas de las esencias
patrias (¡qué más da la patria que sea!) y nos explican con vehemencia la
importancia de vivir en un Estado donde prime por encima de todo una identidad,
la que ellos preconizan, y el rechazo a todo lo demás. Aquí mismo, muy cerca,
los gobernantes de Gipuzkoa han decidido que a partir de ahora sus ruedas de
prensa serán en un único idioma, el del país; el castellano es una lengua
extranjera e impuesta. No hace muchos meses, en Cataluña, me topé con varias
personas que no es que no quisieran contestarme en castellano, es que no sabían
hablarlo aunque lo entendieran. Todo es absurdo. Hay un libro de Amin Maalouf que
recomiendo, “Las identidades asesinas”, lectura que debería ser obligada para
los políticos aprendices de brujo de este país que se cae a pedazos. Nuestra
identidad, la de cada uno de nosotros, y la de un pueblo por añadidura, se
compone de múltiples facetas; aceptarlas y cuidarlas, hacerlas crecer y que
cada una de ellas se convierta en una parte insustituible de nuestra esencia es
fundamental para desarrollarnos como seres humanos. Rechazarlas todas menos una
y enrocarnos en esa única faceta (elegida o impuesta) es apostar por el
suicidio cultural y por la violencia a medio plazo. ¿Por qué pudiendo vivir en
un país donde todos fuésemos capaces de ser bilingües con naturalidad y
sencillez, sin renunciar a nada, nos esforzamos por caminar por la senda de una
crispación próxima? ¿Por qué nuestros políticos trabajan para empobrecernos
intelectualmente? ¿Tan precaria es su inteligencia? ¿Tan idiotas nos creen?
Quizá a ambas preguntas la respuesta sea afirmativa. ¿No se dan cuenta de lo
fácil que es incitar al odio y la violencia a la masa, sobre todo cuando se ve
peligrar esa prosperidad real o ficticia de la que disfruta? La culpa es del
otro, siempre.
Todos los nacionalismos son peligrosos porque se generan por
oposición al otro, y no nos engañemos: cuanto mayor es la nación, más peligroso
es su ejercicio del nacionalismo. Los nacionalismos vasco y catalán toman una
deriva preocupante, pero serán nada al lado del siempre omnipresente
nacionalismo español. Por favor, lean a Maalouf. Pronto.
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