domingo, 26 de febrero de 2012
Suicidio simbólico
jueves, 23 de febrero de 2012
...palabras... quizá no las haya...
AMOR, cien puntos;
OLVIDO, quinientos puntos;
DESAMOR, seiscientos.
Quiero que perdamos juntos esta partida...
martes, 14 de febrero de 2012
lunes, 13 de febrero de 2012
Escribiendo obviedades
Las teorías neoliberales aseguran que si se reducen los sueldos de los trabajadores hasta el nivel suficiente, llegará un punto en el que se generará empleo puesto que será rentable para el empresario (y mejorará la competitividad de sus productos) contratar mano de obra. Lo que no responden esas teorías es a quiénes van a vender sus productos los empresarios si la inmensa mayoría de los asalariados apenas tiene lo justo para subsistir. La clase media se sumerge en la pobreza y los pobres en la miseria. La reforma laboral de nuestro flamante gobierno neoliberal, con el señor De Guindos a la cabeza de su equipo económico, avanza con paso firme en esa línea. Mayor libertad para el empresario, mayor libertad para contratar y despedir y siempre, siempre para incrementar sus beneficios a costa de los trabajadores. Eso sí, el 66% de los encuestados en nuestro aborregado país ven necesaria esta reforma. Dicen lo que oyen, porque si reflexionásemos medio minuto nos daríamos cuenta de la falacia implícita en esa aseveración incuestionada de que para salir de la crisis es necesaria una reforma del mercado laboral. Casi es una condición sine qua non. Sin embargo, para solucionar un problema es necesario analizarlo hasta hallar su causa raíz y a continuación definir un plan de acción para eliminarla. ¿Es la causa raíz de la crisis la regulación del mercado laboral? Ni siquiera lo es de uno de los peores efectos: el paro. Y es que nos hacen ver el efecto como causa. Despidos más baratos (todavía más), capacidad para modificar las condiciones laborales unilateralmente, ERE sin autorización judicial. Pensemos: la reforma permite que el empresario pueda despedir justificadamente a sus empleados si durante nueve meses se reducen las ventas. Atención: si se reducen las ventas, no si se producen pérdidas. Es decir, el empresario podrá despedir siempre que se reduzcan sus beneficios. Esta es la esencia de la reforma laboral, y lo demás son tonterías.
Me fatigo escribiendo obviedades.
Me fatigo escribiendo obviedades.
jueves, 9 de febrero de 2012
miércoles, 1 de febrero de 2012
Antígona en Mauthausen
Mi abuelo fue asesinado el 19 de diciembre de 1941 en Mauthausen. La tradicional eficiencia alemana ha conseguido que este crimen quedara adecuadamente certificado y que muchos años más tarde nuestra familia supiera de su destino. Mi abuela, mi madre y mi tío se quedaron a las puertas del campo de concentración (ninguno de los tres era un hombre mayor de quince años), y tras un periplo que les llevó en un tren de ganado hasta Ravensbrück tuvieron la suerte de ser descargados en la frontera de Hendaya. A mi abuela le robaron el hijo y mi madre quedó huérfana doce años más tarde, con apenas quince, sola, sin más refugio que una tía suya que vivía en la zona minera de Vizcaya.
Hace poco visitamos Mauthausen. No me demoraré relatando el horror que aún se respira allí, solo diré que si el alma existe, en aquel lugar todavía quedan atrapadas miles de ellas, miles de espíritus que aguardan su redención. Lloré, lloré con una congoja de la que jamás hubiera creído poder ser víctima. Y recordé a aquel hombre que murió solo, que abandonó toda esperanza al cruzar los portones de madera y desnudarse en el patio de piedras grises en el que me encontraba. Desde el camino de ronda de los muros del campo se ven colinas verdes, bosquecillos domesticados, el orden y la pulcritud de aquel bucólico rincón de Austria. ¿Dónde estaría enterrado mi abuelo, pensé? Me corregí de inmediato. ¿Dónde terminaron posándose sus cenizas? A mi espalda, aún enhiesta como la espada del verdugo, la chimenea de los hornos crematorios lanzaba su sombra sobre los silenciosos visitantes del campo. Y entonces recordé a Antígona, enfrentada al poder de Creonte al empeñarse en enterrar a su hermano Polinices, considerado un traidor a su patria y condenado a quedar insepulto por el rey de Tebas. Recordé la historia de esa mujer sola que acaba sucumbiendo ante el poder del Estado no por querer justicia o venganza, sino por anhelar algo tan sencillo como cubrir de tierra a su ser amado, por ansiar susurrarle aquello que los griegos, y los romanos más tarde, deseaban a sus muertos: que la tierra te sea leve. Encaramado en el muro gris, agarrando con mis manos los hierros retorcidos que una vez sostuvieron el águila nazi, comprendí el dolor, la desesperación y el ansia de Antígona, comprendí a tantos que solo piden que les dejen desenterrar de las cunetas a sus muertos y depositarlos en una tumba con nombre y apellidos. Que solo quieren dejar de ser Antígona.
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