sábado, 31 de octubre de 2009

Brevedades fantásticas /3


EL TIPO del cuadro se parecía mucho a mí. Sí, sí que se parecía. Si me hubiera dejado una perilla y colocado unas antiparras como las suyas, se habría podido decir que éramos la misma persona. Pero la pintura era de 1646, así que el hombre del cuadro estaba muerto y bien muerto. Y desde hacía mucho tiempo. Mientras me dirigía hacia la salida del museo, todos comenzaron a mirarme de una forma extraña. El agente de seguridad corrió detrás de mí. “¡Oiga, vuelva usted al cuadro ahora mismo!”, chillaba. Pensé que sería mejor hacerle caso.

jueves, 29 de octubre de 2009

... de Kristof


"-[...]¿Crees sinceramente en lo que dices?
-Estoy obligado a creer.
-Pero, en lo más profundo de ti mismo, ¿qué piensas?
-No pienso. No puedo permitirme ese lujo. Llevo el miedo en mi interior desde la infancia".

...

"[...]Le digo que, si está muerto, tiene suerte y que me encantaría estar en su lugar. Le digo que a él le ha correspondido la mejor parte, que yo debo llevar la carga más pesada. Le digo que la vida es de una futilidad total, que no tiene sentido, es aberración, sufrimiento infinito, invento de un No-Dios cuya maldad rebasa la comprensión".

Agota Kristof

martes, 27 de octubre de 2009

La isla de los circuncidados

Aquel endemoniado pajarraco me estaba picoteando el ojo izquierdo. El derecho ya se lo habían comido el día anterior, en las primeras horas de la mañana, mientras la flota entraba en el puerto de Mesina. Mi cuerpo llevaba tres días colgado (por el cuello, maticémoslo como aclaración obligada) del mástil de la galera, para escarmiento y aviso de los infractores de las normas y demás elementos asociales. Durante esos tres días, primero la lluvia, luego el viento arrastrando la salobre agua, y finalmente, el sol castigador del Mediterráneo habían resecado mi piel, convirtiendo mi antes hermoso cuerpo en un guiñapo informe.
Tampoco es que hubiera excesiva ceremonia durante la ejecución; me subieron a empellones a la plataforma, apretaron el lazo en torno a mi cuello y tiraron del otro extremo de la cuerda. Así me fui elevando poco a poco hasta ocupar mi actual posición de discutible privilegio.
La verdad es que tardé bastantes minutos en morir, pero el trámite no fue doloroso en extremo. Tal vez al principio, mientras me iban subiendo. Pataleé, como corresponde a todo buen ahorcado, pero luego, ya arriba, me sumergí en una especie de quietud, arrullado por el rumor del mar y los gritos de las gaviotas cabalgando por el aire. Pude contemplar como los cirros ocultaban porciones de cielo azul a medida que se me escapaba la vida. La muerte me llegó cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a humedecer mi amoratado rostro; el cielo se volvió negro, sentí un mareo enorme, tuve la sensación de estar cayendo.
Y así fue como me convertí en fantasma.
Cuando recuperé la conciencia (o lo que sea que se supone que tiene un fantasma) estaba sobre la cubierta, observando como mi cuerpo se balanceaba, con dos gaviotas sobre la cabeza, las cuales se estaban dando el banquete de su vida con mis ojos; ora picoteaba una, ora la otra. Encantador, una escena realmente deliciosa. Y se preguntarán vuestras mercedes cuál fue el horrible delito que me condujo a tan peculiar coyuntura, un tanto ambigua, por otra parte. Pues bien, deben conocer que en la Armada comandada por el Hermanastro de Su Majestad no se permiten una serie de perversiones (o diversiones, que todo depende del punto de vista) entre ellas la sodomía. Pero también es verdad que lo más parecido a una mujer es un hombre y que después de varias semanas embarcado, sin pisar tierra… Y mi joven sirviente era tan sensible, delicado e inocente… En fin, el pobre muchacho tampoco salió bien parado de la aventura. Creo que lo arrojaron por la borda unas horas antes de ajusticiarme. Al menos espero que su alma obtenga el descanso eterno. La mía, sin embargo, tiene un trabajo que realizar durante los próximos años, para mayor gusto y placer del capitán de la galera. Porque a partir de esta noche, y todas las que sigan hasta el día de su muerte, me verá aparecer en su cama, siempre a medianoche, y podrá gozar de una sodomización espectral.

sábado, 24 de octubre de 2009

... de Pizarnik, otra vez


"Ella no sintió miedo, no tembló nunca. Entonces, ninguna compasión ni emoción ni admiración por ella. Sólo un quedar en suspenso en el exceso del horror, una fascinación por un vestido blanco que se vuelve rojo, por la idea de un absoluto desgarramiento, por la evocación de un silencio constelado de gritos en donde todo es la imagen de una belleza inaceptable.
Como Sade en sus escritos, Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible".

Alejandra Pizarnik

Ilustración: Santiago Caruso

jueves, 22 de octubre de 2009

... de Pizarnik


"Un conocido filósofo incluye los gritos en la categoría del silencio. Gritos, jadeos, imprecaciones, forman una "sustancia silenciosa". La de este subsuelo es maléfica. Sentada en su trono, la condesa mira torturar y oye gritar. Sus viejas y horribles sirvientas son figuras silenciosas que traen fuego, cuchillos, agujas, atizadores; que torturan muchachas, que luego entierran. Como el atizador o los cuchillos, esas viejas son instrumentos de una posesión. Esta sombría ceremonia tiene una sola espectadora silenciosa".

Alejandra Pizarnik
Ilustración: Santiago Caruso

miércoles, 21 de octubre de 2009

... de Vonnegut


"La verdad es la muerte... Yo he luchado valientemente contra ella, tanto como he podido... He bailado con ella, la he abrazado, la he cubierto de flores... La he adornado con cintas..."

Kurt Vonnegut

martes, 20 de octubre de 2009

... de Shakespeare


"La vida es sólo una sombra caminante,
un mal actor que, durante su tiempo,
se agita y se pavonea en la escena,
y luego no se le oye más. Es un cuento
contado por un idiota, lleno de ruido y
furia y que no significa nada".

"Out, out, brief candle!
Life's but a walking shadow, a poor player
that struts and frets his hour upon the stage.
And then is heard no more. It is a tale
told by an idiot, full of sound and fury,
signifying nothing".

William Shakespeare

lunes, 19 de octubre de 2009

... de Pirandello




"[...] todos vivimos vidas que no queremos vivir, y andamos deambulando por la tierra en busca de un autor que pueda darnos otra vida mejor".

Luigi Pirandello

sábado, 17 de octubre de 2009

Brevedades fantásticas /2


NUESTRAS VENTANAS se vigilaban sobre el patio de luces. Cada noche, a la misma hora, mi vecino encendía la solitaria fluorescente de su cocina. Le veía trastear mientras parecía prepararse algo de cena. Luego pasaba al comedor, se sentaba a la mesa y allí contemplaba su plato, siempre vacío, durante un largo rato. Después las lámparas de su domicilio se apagaban, pero podía apreciar el brillo de sus ojos observándome desde el fondo del salón. Ayer me lo encontré en la escalera y me invitó a cenar en su casa. No sé por qué, pero no fui capaz de rechazar el ofrecimiento. De todas formas debí traer algo para abrigarme. En esta nevera hace mucho frío.


Ilustración: Ana Trello

miércoles, 14 de octubre de 2009

Endura

En el cielo no había luna, sólo el tenue fulgor de miles de estrellas rompía la oscuridad. Miró a su alrededor y todo estaba negro; todo, excepto sus manos. Podía ver sus manos, blancas, dos enormes mariposas que aleteaban en aquel mar de tinta. Las acercó a sus ojos, pensó que sus manos se acercaban a sus ojos, y éstas se aproximaron con las palmas vueltas hacia el cielo. Habían de ser suyas, por fuerza; obedecían a su voluntad, sin embargo no eran como las recordaba. Aquellas dos manchas blanquecinas eran más pequeñas, de una manera sutil, como si tuvieran menos años, como si aún no hubiesen vivido, como si todavía no hubieran tenido la oportunidad de herir y ser heridas.
Levantó la cabeza y atisbó hacia algún punto en el interior de la negrura. Las tinieblas continuaban guardando su secreto, no permitían que el hombre supiera dónde se hallaba, escoltaban su misterio, fieles sicarios del futuro. De pronto sus ojos captaron una ondulación en el aire negro, una voz cabalgaba en la cresta de aquella ola, una voz que portaba su nombre. Entonces recordó.

... de Maalouf


"Cualquier teoría de la Historia es hija de su tiempo; para entender el presente, resulta muy instructiva; aplicada al pasado, vemos que es aproximativa y parcial; si la proyectamos hacia el futuro, se convierte en azarosa y, a veces, destructiva".

Amin Maalouf

"La tinta del sabio vale más que la sangre del mártir".

Corán

"Al mundo sólo lo mantiene el aliento de los niños que estudian".

Talmud

lunes, 12 de octubre de 2009

... de Marx


"[...] El padecimiento religioso es también la expresión de un padecimiento real y una protesta contra ese padecimiento. La religión es la queja de la criatura oprimida, la sensación de un mundo sin corazón y el alma de un mundo desalmado. Es el opio del pueblo".

Karl Marx

jueves, 8 de octubre de 2009

Nieve sucia /y 2

— Ayúdame —balbuceó mientras la sangre le resbalaba por la barbilla.
— ¿Dónde lo tienes? —preguntó el guardia con un hilo de voz cortante.
— Por favor, ayúdame —repitió el herido. Como si recordara algo giró la cabeza hacia el coche y volvió a mirar a Matías—. ¿Cómo está ella?
Matías ignoró la pregunta. Se inclinó sobre el herido. Sus labios casi rozaron la magullada mejilla del hombre.
— Responde. Y rápido. Si no avisamos a los de urgencias no vais a durar mucho —susurró despacio, poniendo de manifiesto lo obvio.
— Eres un hijo de puta —dijo el herido tratando de escupir su odio en el rostro del policía. Matías se incorporó y se acercó al vehículo. Lo rodeó despacio, como si estuviera valorando su futura adquisición. Se detuvo delante del asiento del copiloto y miró hacia la carretera; sólo se veían las ráfagas de emergencia del coche patrulla. Desenfundó su pistola y apuntó hacia el cuerpo de la mujer a través del parabrisas destrozado. De la garganta del hombre manó un grito en el que se mezclaban una negación desgarrada y un sollozo sin esperanza. Matías regresó a su lado, apoyó una rodilla en el barro y repitió la pregunta.
— ¿Dónde está?
— En el maletero. Ahí lo tienes —respondió abatido. La cabeza del hombre se derrumbó. La frente se marchitó sobre la tierra negra y sus lágrimas se desbordaron sobre el fango helado. No había mentido. Matías sopesó la bolsa de deporte y la abrió. Un rápido vistazo hizo que sus ojos se endurecieran con el brillo del triunfo. Volvió donde el hombre y de un fuerte culatazo en la cabeza lo dejó inconsciente.
El agente lanzó un suspiro prolongado que se quebró en un amago de risa. Recuperó la chapa que había arrancado de la carrocería y con tres golpes certeros desgarró la piel y el músculo hasta seccionar la arteria femoral del hombre. El chorro de sangre trazó un arco y su vida se perdió en la oscuridad de la noche, más allá del cono de luz blanca de la linterna. Una muerte rápida. Unos minutos impacientes y todo había acabado.
Matías miró hacia lo alto del terraplén; el vehículo policial continuaba disolviendo la realidad a su alrededor. Dio una voz de aviso e hizo una señal hacia su compañero.
— ¡Germán! ¡Ya lo tengo! Baja y échame un cable… Éste aún vive…
Germán se llevó la mano a los ojos tratando de esquivar la vena blanca que le apuntaba desde el fondo del barranco; hundió los pies en la nieve sucia y comenzó a descender.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Necios

"El problema que aqueja al mundo es que los necios y los fanáticos siempre están seguros de sí mismos, mientras que los sabios siempre están llenos de dudas."
Bertrand Russell

"En presencia de un necio sin fisuras estamos perdidos."
Norman Mailer

Nieve sucia /1

El coche patrulla se detuvo en el arcén con un frenazo nervioso. Dos guardias descendieron del vehículo; sus miradas penetraron en las volutas de azar que escapaban de sus labios y volaron hacia el silencio blanco y pesado que ocupaba la noche. El crujido de la nieve bajo sus botas rebotó en un cielo negro que se derramaba indiferente a su alrededor. Los vapores del tubo de escape reptaron por el asfalto bruñido, se enroscaron en las piernas de los hombres, y cabalgaron por el aire helado hasta fundirse con el alba de los faros.
El conductor hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se aproximó al lugar en el que un tramo de quitamiedos había desaparecido; su compañero se quedó atrás, atento a los chasquidos de la emisora de radio y a la carretera.
—¿Cómo están, Matías? —gritó desde más allá del velo pálido de su aliento.
Matías iluminaba con una linterna la barranca. Restos metálicos punteaban el desmonte; en la vaguada descansaba el coche que habían estado persiguiendo durante la última media hora.
—¡Matías, joder! ¡Contesta! —insistió de nuevo el agente con un asomo de histeria en su voz.
—No lo sé, Germán, y deja de gritar. Tú ocúpate de espantar a cualquiera que pase por aquí —respondió Matías. Se dio la vuelta y le miró. Sus ojos sin párpados reflejaron el frío. Los destellos crudos de las luces de emergencia intensificaron la rigidez de su rostro—. Dame diez minutos y después avisa a las asistencias médicas.
Matías devolvió su atención a lo que sucedía en la hondonada. “Tocas a muerto, cabrón”, apenas murmuró el agente; los golpes que partían del automóvil accidentado sonaban como los tañidos de una campana resquebrajada. La puerta brincó y se desprendió de sus goznes. Desde la oscuridad del caparazón abollado salió un hombre tambaleándose. Dio unos pocos pasos a la deriva, cayó de rodillas y se derrumbó sobre la tierra congelada.
Matías salvó de un salto la valla destrozada y bajó por el talud. El halo de la linterna se difuminaba hasta desvanecerse para amanecer después con fuerza, escoltando los pasos y resbalones del policía por entre el barro y la nieve. Ignoró al hombre caído y se acercó a la puerta del acompañante. Echó un vistazo al interior; la mitad del trabajo ya estaba hecho. Deslizó el haz del foco sobre los restos humeantes del vehículo hasta que encontró lo que buscaba. Con dos bruscos tirones consiguió desgajar una tira metálica de la carrocería.
El conductor parpadeó al percibir el chorro de luz sobre su cara; tenía un corte profundo en la pierna derecha; el brazo del mismo lado se doblaba en una forma poco natural. Una fuerte patada en el vientre, y el hombre se vio arrojado al frío y a la negrura. Los ojos se le despeñaron entre las sombras de la incomprensión cuando vieron su brazo muerto oscilar como un badajo sin voz.

lunes, 5 de octubre de 2009

El loro que olvidó hablar

El loro paseaba triste y pensativo por las almenas de la torre más alta del castillo. Era un loro viejo, y por viejo, quizá también sabio. Así, había conseguido la sabiduría que sólo se adquiere con la tristeza como amiga y la soledad como refugio.

Aprendió a hablar con un pirata de barbas trenzadas y teñidas de añil, hace muchos años, cuando no era un loro viejo ni, quizá, sabio. Al principio sólo sabía decir “Al abordaje” y “Sin piedad”. Con el tiempo aprendió frases más complicadas y amenazadoras. Cuando los soldados del rey capturaron el barco pirata y colgaron a su dueño, le pareció oportuno, y quizá sabio, cambiar el tono de su conversación.

Después de varios días de orfandad, durante los cuales revoloteó desde la cofa al bauprés, desde bauprés al trinquete y vuelta a la cofa temiendo por su vida, rehuyendo las miradas aviesas, y quizá hambrientas, de los marineros, la hija del capitán que había ajusticiado al pirata se encariñó con él. Lo recogió con sus manos pequeñas y cálidas, y lo llevó a la fortaleza donde vivía con su padre en la Isla de Poniente.

El loro se enamoró de la niña. Un amor quizá imposible, y seguro desesperado, porque entre los piratas no había aprendido jamás palabras de amor con las que acariciar sus hombros. El loro pensó que si le decía algo como “Te voy a cortar el cuello”, ésta lo expulsaría de su nuevo hogar. Y si le llegara a oír el capitán entonces serían sus plumas, y quizá su vida, las que peligrarían. Así que el loro enmudeció. Durante muchos años no abrió el pico, y todos en la ciudadela se fueron olvidando de él. También la niña. Y de igual manera el loro fue olvidando aquellas frases salvajes, pero a cambio nunca aprendió a hablar de amor.

Con el tiempo la niña creció y se convirtió en una joven casadera. Y pronto apareció un pretendiente.

La mañana en que ambos partían hacia la Isla Grande, el loro pronunció sus últimas palabras; las únicas que, quizá, aún no había olvidado; las últimas que dijo el pirata antes de pender de la soga. “Os maldigo”, gritó el loro. Desde aquel momento su vida, además de triste y solitaria, fue la de un fugitivo. El capitán le persiguió con saña y el loro solamente pudo salvarse volando hasta la torre más alta, fuera del alcance de pistolas y arcabuces. Desde allí vio cómo el barco en el que partían la niña y su prometido era asaltado por corsarios y se hundía entre llamas y olas. Nadie se salvó. Tampoco la niña.

El capitán y su séquito, desolados, abandonaron para siempre el castillo unas semanas más tarde, pero el loro nunca voló a otras tierras. Aún se pasea triste y pensativo por las almenas; y trata de encontrar una palabra que, quizá, no exista; una palabra que ya no servirá de nada.

domingo, 4 de octubre de 2009

... de Khadra

"Ya era puro milagro que apareciéramos vivos, y de noche, cuando nos disponíamos a dormir, nos preguntábamos si no sería mejor cerrar los ojos de una vez por todas [...]"

"Los hombres sólo inventaron a Dios para entretener a sus demonios."

"Cada hombre es su propio dios. Al elegir a otro es cuando reniega de sí mismo y se vuelve ciego e injusto."

Yasmina Khadra









jueves, 1 de octubre de 2009

En el espejo


"Adiós -dijo el moribundo al espejo que tenía enfrente-. No volveremos a vernos"
Paul Valéry

Durante las últimas semanas, cada vez que miraba el espejo y en él contemplaba reflejada la imagen del cuadro, veía ir creciendo esa estructura, difusa al principio. Al terror de ver aparecer en la imagen algo distinto y no existente en el original, inmutable entonces y ahora, se sumó el reconocimiento de aquello que allí crecía. Un patíbulo. Noche a noche he contemplado el reflejo del cuadro, anhelando sorprender a sus constructores, pero siempre he sucumbido al sueño o al hechizo. Esta noche era la última, lo sabía. El patíbulo ya está terminado. La gente ha desaparecido de la plaza. Sólo una figura solitaria permanece, en actitud claudicante y humillada, ascendiendo las escaleras del cadalso. Sé de quién se trata. Sé que mañana, cuando amanezca, yo seré el protagonista en el cuadro del espejo y penderé de la soga, ahorcado, víctima de esta inexplicable maldición.