lunes, 21 de febrero de 2011

Mortalidad


En "Verano" de Coetzee leo que Eugène Marais escribió un libro sobre el año que pasó observando a un grupo de babuinos. Dice que por la noche, cuando los monos dejaban de merodear y contemplaban la puesta de sol, detectaba en los ojos de los babuinos mayores los aguijonazos de la melancolía, el nacimiento de la conciencia incipiente de su mortalidad. El viejo babuino pensaba: Nunca más. Una sola vida y entonces nunca más. Nunca, nunca, nunca.

domingo, 20 de febrero de 2011

... de Judt


Las personas que viven en espacios privados contribuyen activamente al menoscabo y degradación del espacio público. En otras, palabras, exacerban las circunstancias que inicialmente los condujeron a aislarse. Y con ello pagan un precio. Si los bienes públicos -los servicios públicos, los espacios públicos, los recursos públicos- se devalúan a los ojos de los ciudadanos y son sustituidos por servicios privados pagados al contado, perdemos el sentido de que los intereses y las necesidades comunes deben predominar sobre las preferencias particulares y el beneficio individual. Y una vez que dejamos de valorar más lo público que lo privado, seguramente estamos abocados a no entender por qué hemos de valorar más la ley (el bien público por excelencia) que la fuerza.

Tony Judt

viernes, 11 de febrero de 2011

martes, 1 de febrero de 2011

Escribimos contra la muerte


Hace unos días, escuché a Rosa Montero decir que escribir es tan duro, tan cansado, tan trabajoso que sólo lo haces si de verdad lo necesitas para aguantar la vida, que uno escribe para intentar dar un sentido al mal y al dolor. Escribes para sobrevivir.
Sentí muy adentro sus palabras: "para aguantar la vida". Para luchar contra la soledad, me atrevería a añadir, aunque debas hacerlo precisamente en soledad. Una paradoja aterradora. En definitiva, escribimos contra la muerte, pero no creo que sirva para mucho.

El país se cae a pedazos (10)


Los aparcamientos de los centros comerciales son unos de los mejores exponentes de la sociedad en que vivimos, ejemplifican las razones de por qué el país se cae a pedazos: mala educación, egoísmo, grosería, falta de civismo, y otros vocablos de similar laya. Son lugares en los que la aplicación de las leyes de circulación aparece como desvaída o ambigua, según las entendederas de algunos; a partir de ese momento, surge la esencia más repugnante de ciertos miembros de nuestra sociedad, esas personas que priman ante todo su beneficio personal, su placer, el logro de sus metas pese a quien pese y por encima de quien sea; esas personas que han llegado a la extraña concusión de que como lo quiero tengo derecho a ello. No es de extrañar que la legislación presuponga que cualquier individuo al volante de su automóvil es un presunto delincuente hasta que demuestre lo contrario. Durante los pasados días navideños, llenos de buenos deseos y felicidad y solidaridad y sonrisas y..., he tenido dos incidentes y he sido testigo de otro, a saber.
Uno: circulo por una calle de dirección única. Al llegar a un cruce, un tipo gira sin mirar y se me viene encima. Tengo el tiempo justo de frenar. El conductor me hace gestos de que me aparte y le deje pasar. Le indico la señal que le prohibe la maniobra que acaba de cometer. Me insulta, me vuelve a decir que me aparte y hace amago de embestirme con su coche. La verdad, me empiezo a acojonar ante aquel exaltado. Por fortuna quedaba suficiente hueco para que pudiera pasar, así que después de volver a insultarme y preguntar si yo tenía algún problema, sale disparado calle abajo, imagino que satisfecho de haber impuesto su voluntad. Me quedo reflexionando acerca de si, en efecto, yo tengo algún problema. Aún no he llegado a una conclusión.
Dos: Un vehículo está abandonando su plaza. Me detengo, le hago una señal con las luces y le cedo el paso; además, me viene bien aparcar allí. Llega entonces otro coche por una calle lateral y se detiene puesto que el primer automóvil continúa con su maniobra. Cuando por fin ha abandonado su plaza, la enfilo yo y mientras estoy en ello, el del otro coche me pita y por el retrovisor compruebo que un individuo ha bajado la ventanilla y con cara de estar acordándose de alguien muy querido de mi familia me saca el dedo. Al parecer él se creía con derecho aparcar allí en virtud de ignoro qué extraña ley, quizá la antes mencionada de "lo quiero, luego tengo derecho" o "yo lo vi primero". No sé, lo encuentro inquietante.
Tres: Un compañero y yo caminamos por una calle de dirección única de regreso al coche. Una señora conduce hacia nosotros a baja velocidad y en el sentido correcto. Un vehículo empieza a dar marcha atrás para abandonar su aparcamiento en batería. Le digo a mi compañero: le va a dar. Le da. El conductor se baja pegando voces y acusando a la señora de ir a toda velocidad, de no mirar, de no circular correctamente..., más o menos de todo lo que él mismo estaba haciendo. Seguimos nuestro camino y al llegar a la altura del accidente le hacemos ver al tipo que no tiene razón y que somos testigos de lo sucedido. ¿Hace falta que traslade aquí sus invectivas? La más graciosa fue aquella en la que dijo que "aquí hay mucho ingeniero". Mi amigo y yo, ambos ingenieros, nos miramos y no pudimos sino darle la razón.