domingo, 28 de marzo de 2010

... Y sólo quedó el asco.


Parió en la misma cama en la que el viejo la había violado, y supo que no era natural el frío que se extendió por su piel cuando vio a aquella masa sanguinolenta que era su hijo llorando entre sus brazos. La esperanza se desvaneció y sólo quedó el asco. También supo que no podría ser la madre de aquel niño. Y lloró como lo hace ahora sentada en la cocina de su casa.

El viejo chilló y blasfemó. Le llamó puta, como a su madre, y la obligó a amamantar a la criatura. La noche siguiente al parto sintió el cuerpo ajado y sucio de aquel hombre tendido a su lado, balbuciendo palabras de alcohol.

Cierra los ojos y las lágrimas gotean sobre la superficie de la mesa. Cierra los ojos porque no quiere recordar el vómito que la asaltaba cada vez que el bebé le acercaba sus labios a los pezones, porque no quiere revivir la terrible sensación de culpa que acompañaba a las arcadas. Porque no quiere aceptar que la planta del odio extendía sus zarcillos en torno a su corazón. Porque pronto supo que podría matar a aquel niño. Por eso trató de escapar de su vida una mañana de hace treinta años, en un tren que la llevó lejos, pero no lo suficiente.

domingo, 21 de marzo de 2010

... de Uribe



Begira, sartu da maiatza,
Zabaldu du bere betazal urdina portuan.
Erdu, aspaldian ez dut zure berri izan,
Ikarati zabiltza, ito ditugun katakumeak bezala.
Erdu eta egingo dugu berba betiko kontuez,
Atsegin izatearen balioaz,
Zalantzekin moldatu beharraz,
Barruan ditugun zuloak nola bete.
Erdu, sentitu goiza aurpegian,
Goibel gaudenean dena irizten zaigu ospel,
Adoretsu gaudenean, atzera, papurtu egiten da mundua.
Denok gordetzen dugu betiko besteren alde ezkutu bat,
Dela sekretua, dela akatsa, dela keinua.
Erdu eta larrutuko ditugu irabazleak,
Zubitik jauzi egin geure buruaz barre.
Isilik begiratuko diegu portuko garabiei,
Elkarrekin isilik egotea baita
adiskidetasunaren frogarik behinena.
Erdu nirekin, herriz aldatu nahi dut,
Nire gorputz hau albo batera utzi
Eta maskor batean zurekin sartu,
Gure txikitasunarekin, mangolinoak bezala.
Erdu, zure zain nago,
Duela urtebete etendako istorioa jarraituko dugu,
Ibai ondoko urki zuriek uztai bat gehiago ez balute bezala.

"Maiatza"
Kirmen Uribe

"Los peces y los árboles se parecen. Se parecen en los anillos. Si hiciéramos un corte horizontal a un árbol veríamos sus anillos en el tronco. Un anillo por cada año transcurrido, es así como se sabe la edad del árbol. Los peces también tienen anillos pero en las escamas [...]
El anillo de los peces lo crea el invierno. El invierno es el tiempo durante el cual el pez come menos, y el hambre deja una marca en sus escamas [...]
Lo que para los peces es el invierno, para las personas es la pérdida. Las pérdidas delimitan nuestro tiempo [...]
Cada pérdida es un anillo oscuro en nuestro interior".

domingo, 14 de marzo de 2010

La hoja roja


"Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar"

Miguel Delibes

jueves, 11 de marzo de 2010

Más teteras celestiales


"La razón por la que la religión organizada merece hostilidad abierta es que, a diferencia de la creencia en la tetera de Russell, la religión es poderosa, influyente, exenta de impuestos y se la inculca sistemáticamente a niños que son demasiado pequeños como para defenderse. Nadie empuja a los niños a pasar sus años de formación memorizando libros locos sobre teteras. Las escuelas subvencionadas por el gobierno no excluyen a los niños cuyos padres prefieren teteras de forma equivocada. Los creyentes en las teteras no lapidan a los no creyentes en las teteras, a los apóstatas de las teteras y a los blasfemos de las teteras. Las madres no advierten a sus hijos en contra de casarse con infieles que creen en tres teteras en lugar de en una sola. La gente que echa primero la leche no da palos en las rodillas a los que echan primero el té".

Richard Dawkins

domingo, 7 de marzo de 2010

La tetera celestial


"Muchas personas ortodoxas hablan como si pensaran que es asunto de los escépticos refutar los dogmas recibidos en vez de que sean los dogmáticos quienes los prueben. Por supuesto, esto es un error. Si yo fuera a sugerir que entre la Tierra y Marte hay una tetera china girando alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie sería capaz de desmentir mi aserción, dado que yo he tenido cuidado de añadir que la tetera es demasiado pequeña para ser descubierta incluso por uno de nuestros más poderosos telescopios. Pero si luego yo digo que, como mi aserción no puede refutarse, es una presunción intolerable por parte de la razón humana dudar de ello, pensarán de mí, con toda la razón del mundo, que estoy diciendo sinsentidos. Sin embargo, si en los libros antiguos se afirmara la existencia de esa tetera, enseñada como la sacra verdad cada domingo, e instilada en las mentes de los niños en la escuela, la duda a la hora de creer en su existencia se convertiría en una seña de excentricidad y harían que un psiquiatra reconociera al dubitativo en una era ilustrada, o un inquisidor en una era anterior".

Bertrand Russell

jueves, 4 de marzo de 2010

... de Azpeitia


"No había casas para los forasteros, y no se les ofrecía a estos otra oportunidad de integrarse que la de pasar a formar parte del ejército. Un ejército se alimenta siempre de hombres sin futuro. De hecho algunas unidades de Minos se habían especializado en vigilar el fragmento de población inadaptada y reprimir sus posibles desmanes, sus inevitables robos. Y, paradójicamente, la mayor parte de los componentes de esas unidades procedían a su vez del suburbio. Recibir golpes es la forma más adecuada de aprender a golpear. Esa verdad repugnante del alma humana es el cimiento de la realidad social aquea y la razón de que su modelo se imponga con tanta facilidad allá adonde llegan. Sólo necesitan tiempo para acumular riqueza desde arriba, lo demás va sucediendo lenta e inexorablemente".

Javier Azpeitia

lunes, 1 de marzo de 2010

Mi abuelo

Tengo casi cuarenta años, y mi abuelo es mi tortura. Y mi condena. Sé que no parece una situación lógica o común. Yo mismo me lo digo por las mañanas, cuando me miro al espejo y veo cada vez más hebras de plata entre mi cada vez menos nutrida cabellera. No, supongo que no es lo normal que un nieto en la cuarentena viva con su abuelo, los dos solos en un mismo hogar. Con un abuelo que posee muchos dones: el de la inoportunidad, el de la inconveniencia, el de la indiscreción… ¿Para qué continuar? Siempre los ha poseído, en realidad; desde que mi memoria alberga recuerdos, este hombre ha sido como una pesadilla recurrente en mi vida.

Con los años he tratado de convertir el cuarto de baño en mi sanctasanctórum particular, en una especie de refugio íntimo en el que me introduzco para evadirme de la presencia pegajosa de mi abuelo. Porque ni siquiera de una habitación propia dispongo, tan miserable es mi existencia. Hace ya tiempo que mi dormitorio fue pasto de la voraz fetidez de mi abuelo, de su contumaz egoísmo, de su perenne mala salud. Sí, duerme conmigo cada noche. Y digo bien, porque él duerme mientras sus ronquidos chapotean en mis meninges y convierten mi conciencia en un puré pestilente de alucinaciones insomnes. Pero, por desgracia, mi casa solamente tiene un baño, de manera que los mencionadas cualidades de mi abuelo le conducen a acosarme, a que en toda ocasión en la que me encuentro allí atrincherado —en el baño, quiero decir—, leyendo, escribiendo, escuchando música y, sí, también utilizándolo para lo que fue concebido, y él se percata de ello, siempre, sus nudillos golpeen la puerta y ese sonido se transforme en una herida que cada día es más profunda y supurante. Más insoportable.

Ahora mismo, mientras relleno estas páginas con letra apresurada, sus golpes impertinentes y maliciosos trepanan mi cráneo, su voz agrietada y crujiente repta por debajo de la puerta, cargada de urgencias e insinuaciones. Y yo, sentado en el retrete, con los pantalones arrebujados en los tobillos, me veo como una figura de guiñol, sin voluntad propia, manipulada por ese hombre tejido de arrugas y rodeado de tufos. Resignado, me pongo en pie, me subo los calzones y salgo sin mirarle, eludo la mirada de sus ojillos taimados, el sesgo socarrón de sus labios; trato de no escuchar sus palabras soeces y provocadoras, y huyo a refugiarme en el salón, a donde, sin duda, pronto acudirá a continuar con su tormento. En el salón, en la pared sobre la que se apoya el sofá de tela estampada con flores, el retrato de mi difunto padre también me observa, y lo hace con ojos tan burlones como los de mi abuelo: de buena me libré al toparme con aquel camión, chaval, parece decirme. Eso sí, ni un ápice de disculpa asoma en su semblante por haberme dejado como herencia a su horrendo progenitor.

No. No me equivocaba. En efecto, poco ha durado la tranquilidad porque las toses gorgoteantes e inundadas de gargajos ya avanzan por el pasillo hacia el salón. Giro la cabeza en todas direcciones tratando de buscar una escapatoria. Mis ojos topan con la vitrina que adorna una de las esquinas del cuarto. Allí conservo los pocos objetos valiosos que aún quedan en la casa. Arrumbado contra la madera del fondo reposa el abrecartas damasquinado que nos regaló la tía Elvira. Recuerdo que de pequeño no me lo dejaban tocar nunca porque estaba muy afilado, niño, que te puedes hacer una avería. Me insulto muchas veces y muy seguidas. ¿Cómo no lo he pensado nunca? ¿Cómo no se me había ocurrido que un abrecartas puede servir para más cosas que abrir una carta? ¿No crees, abuelo?