lunes, 16 de octubre de 2017

Identidades


En estos días de incertidumbre, de conflicto y de florituras semánticas me viene a la memoria más que nunca un librito que debiera ser de lectura obligatoria, me refiero a Identidades asesinas, del escritor libanés Amin Maalouf. Su tesis es simple: todos somos una suma, una mezcla de identidades y orígenes, cada uno enriquecedor en mayor o menor grado. Entonces, ¿por qué renunciar a ninguno de ellos para hacer bandera de uno solo? Esta decisión desemboca siempre en el fanatismo, y a partir de ahí la violencia no tarda en arribar a las costas de la intolerancia adoptada.

Estos días los he pasado en una pequeña ciudad del centro de la península, agradable, tranquila, adornada de turistas ajenos al alboroto de los periódicos y las soflamas de los políticos. Sin embargo los naturales de la localidad no parecían tan ajenos a todo el tráfago de noticias; no pocos habían adornado sus balcones y ventanas con banderas españolas, supongo que deseando reafirmar lo que nadie duda que sean, el amor que tienen a su país y, quizá, el deseo de que permanezca unido en estos momentos de confusión. Todo eso es muy loable, también lo último. Estoy seguro que esa abundancia de banderas en este momento trata de incidir en ese anhelo. España no puede, no debe romperse. Cataluña no puede, no debe alcanzar la independencia. Y para ello a muchos, incluido el Gobierno central, no se les ocurre otra cosa que envolverse en la bandera, agitarla en todo momento y lugar proclamado no sé muy bien qué valores. Cada vez que veía esas enseñas ondeando aquí y allá me hacía la misma pregunta: ¿de verdad queremos que Cataluña siga siendo una parte de España? ¿De verdad pensamos que sacando a pasear ese orgullo rancio y casposo de ser español vamos a convencer a aquellos que ya no sienten ese vínculo centenario? ¿No van a ver los que se quieren ir ese despliegue de banderas españolas como una reafirmación de un carácter único que no admite facetas diferentes? ¿Por qué tantos caen en la histeria cuando se expresa la idea de que Cataluña es una nación?

En realidad me hago muchas más preguntas, pero no estoy seguro de ser capaz de respondérmelas. Pero cada vez que veía un balcón ocupado con una bandera española, me planteaba una hipótesis inocente: ¿qué pasaría si en cada una de esas ventanas y balcones ondearan banderas catalanas y no españolas? ¿Qué pasaría si de esa manera expresáramos nuestro cariño a Cataluña, nuestro deseo de que no se vayan, de que no renuncien a una parte importante de su identidad? ¿Si les dijéramos que nosotros, por ser españoles, también somos catalanes y que queremos seguir siendo una único país donde todas las identidades puedan coexistir y enriquecerse mutuamente? Ya digo, supongo que soy muy inocente. Las identidades que no se integran se vuelven asesinas. Todas.