lunes, 17 de septiembre de 2012

Insania


Hoy mismo me he encontrado con estos versos de Machado; creo que se los voy a dedicar la lideresa recién dimitida en agradecimiento por librarnos de su insania por no decir directamente de su hijoputez.
Ahí van:


“Este hombre no es de ayer ni de mañana 
Es un fruto de la cepa hispana 
No es una fruta madura ni podrida 
Es una fruta vana”

jueves, 13 de septiembre de 2012

SIn embargo se mueve


El próximo miércoles día 19 de septiembre, a las 19h en la Casa del Libro de Bilbao, presentamos nuestro último libro: 

Sin embargo se mueve

Estáis invitados todos aquellos que deseéis pasar un buen rato, disfrutar de una charla amena, de unas lecturas absorbentes, de un cuentacuentos que carga de emoción sus actuaciones.

Os esperamos.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Trotaconventos



“Urraca só, que yago so esta sepultura,
en quanto fui al mundo, ove viçio e soltura,
con buena rasón muchos casé, non quise locura,
caí en una hora so tierra del altura.

Prendiome sin sospecha la muerte en sus redes,
parientes et amigos, ¿aquí non me acorredes?
Obrad bien en la vida, a Dios non lo erredes,
que bien como yo morí, así todos morredes.

El que aquí llegare ¡si Dios le bendiga,
e si l' dé Dios buen amor, et plaser de amiga!,
que por mí pecador un Paternoster diga,
si desir non lo quisiere, a muerta non maldiga.”

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita

sábado, 8 de septiembre de 2012

Un instante


Él vendía billetes para el tren turístico de la ciudad. Ella era barrendera. Se vieron una tarde, en la plaza donde ambos trabajaban. Él con una ridícula gorra roja de revisor de tren, siempre atento a las manos que le entregaban unas cuantas monedas y billetes, su desvaída sonrisa derrochada en unas pocas docenas de frases sin sentido. Ella aferrada a su escoba gigante, pendiente del suelo que rastrillaba y de los pies de los transeuntes, ajena a los rostros que se movían a su alrededor.
Esa tarde, una moneda se le escapó entre los dedos y rodó por el suelo de granito hasta acabar bajo las púas de la gran escoba. Cuando ella se agachó para recogerla, apareció la mano de él junto a la suya y por primera vez sus ojos se miraron. Fue solo un instante. Un hombre se detuvo junto a ellos, aún inclinados, sus piernas casi rozándolos. Encendió un cigarrillo, dejó caer el paquete vacío y arrugado al suelo, entre sus zapatos, y continuó su camino. Ella desvió su mirada hacia el despojo. Él recuperó la moneda y balanceó la campana que anunciaba el comienzo de un nuevo viaje.