domingo, 23 de octubre de 2011

Desesperanza

Vamos y venimos,
nos separamos
y, a menudo, no volvemos a vernos.
Franz Kafka

2 comentarios:

el maestresala dijo...

Quien vive solo y, sin embargo, desea en algún momento unirse a
alguien; quien en consideración a los cambios del ritmo diario, al clima, a
las relaciones laborales y a otras cosas semejantes quiere ver, sin más,
un brazo cualquiera en el que poder apoyarse, esa persona no podrá
seguir mucho tiempo sin una ventana que dé a la calle. Y le ocurre que no
busca nada, sólo aparece ante el alféizar de la ventana como un hombre
cansado, abriendo y cerrando los ojos entre el público y el cielo, y
tampoco quiere nada, e inclina la cabeza ligeramente hacia atrás, así le
arrastran hacia abajo los caballos con el séquito formado por el coche y
el ruido hasta que, finalmente, alcanza la armonía humana.

Ibidem

Saludos

El maestresala

el maestresala dijo...

Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las manos, aferradas; en el cieno quebradizo clavé los dientes, afirmándome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba el helado arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta estas alturas intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así yo yacía y esperaba; debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse.
Fué una vez hacia el atardecer -no sé si el primero y el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano; cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme.
Llegó y me golpeteó con la punta metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los acomodó sobre mi. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. fué entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volvi para poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.

Josef K.

Buenas noches y saludos cordiales

El maestresala