domingo, 11 de marzo de 2012

No particular place to go (fragmento)



Sentí frío. Era como si la sangre se me hubiera evaporado. Mientras con una mano dejaba unas monedas en la barra, con la otra tanteé el bolsillo del abrigo buscando el teléfono para llamar a Carlos. Me quedé con él en la mano cuando la voz del locutor volvió a llenar todo el local. Anunciaba una conexión en directo. Su voz se disolvió en un rumor de sirenas, su rostro nervioso se diluyó en el espanto de un vagón deshecho, en sus restos humeantes esparcidos sobre los rieles, en el desconsuelo de decenas de personas tambaleándose como fantasmas borrachos de aturdimiento sin saber a dónde ir, en el dolor de unos ciudadanos anónimos igual de confusos, llorando, tratando de abrigar a los heridos con mantas, con sus propias ropas, en el horror de unos cadáveres arrojados sobre las vías.

Las cámaras se acercaron a los cuerpos, se acercaron demasiado. Recuerdo a un hombre en una posición casi natural, como si se hubiera tendido sobre los raíles a descansar con su traje y su gabardina. Sus ojos abiertos, sin embargo, hacían innecesario fijarse en el hilo de sangre que dibujaba un confuso arabesco sobre su frente. A la derecha de la imagen había otro cuerpo; la cabeza sobre una traviesa, el pelo teñido del color de la sangre, el rostro alzado al cielo, con la boca abierta y muda como si le hubieran sorprendido en la mitad de una frase. Su mano aún sostenía el móvil. Reconocí la cazadora, reconocí la mochila, reconocí en su muñeca el reloj que yo le había regalado. Las cámaras se acercaban, no dejaban de acercarse. Tal vez demasiado. Un primer plano, más, más… Le faltaban las piernas. A mi hijo, a Carlos le faltaban las piernas. ¿Por qué? ¿Por qué le faltaban las piernas? ¿Por qué estaba allí tirado? ¿Por qué estaba tan solo? ¿Por qué? ¿Por qué tenía tanto frío?

El foco de la cámara se movió y con él se llevó la última imagen que conservo de Carlos. Contemplé los rostros de los que me rodeaban; a ellos no les estaba sucediendo esto, cuando finalizara el día regresarían a sus hogares y allí estarían los suyos, como siempre. ¿Por qué no podía ser yo uno de ellos? Lo único que me latía en las venas eran la rabia y la envidia contra aquellas personas. Aún no había llegado el tiempo de la tristeza.

Miré el teléfono que aún apretaba en la mano y lo guardé. Cuando los muertos y heridos desaparecieron de la pantalla, salí a la calle, aspiré profundamente y regresé a casa corriendo, con mi cabeza inmersa en un zumbido que me impedía pensar en nada. Delia aún seguía durmiendo. Entré en la alcoba, me senté a su lado en la cama y la desperté con suavidad. En mi interior ya sólo quedaba vacío, la rabia y la envidia de unos minutos antes se habían transformado en un estupor que ya no me ha abandonado. Carlos había muerto, acababa de verle tirado sobre las vías. Delia me empujó, corrió hacia la sala y conectó el televisor. Yo me quedé allí, solo en la habitación oscura, hasta que la oí gritar. Gritó su nombre una vez, dos, tres, cuatro… Carlos. Y en cada una de ellas su voz se quebraba un poco más. Me di la vuelta muy despacio y me dirigí hacia lo que ahora se habían convertido en sollozos ahogados. Era como si caminase por el fondo del mar, me movía despacio, muy despacio, cada paso era resultado de un esfuerzo de voluntad inmenso que me agotaba. Me sentí caer, la alfombra empezó a aproximarse a mi cara despacio, muy despacio; después me desmayé. Cuando recuperé el sentido, habían pasado más de dos horas. La televisión seguía conectada, escupiendo cifras de muertos. Uno de ellos era Carlos. Carlos estaba muerto. Carlos. Muerto. El pensamiento me golpeó y a punto estuvo de derribarme otra vez.

2 comentarios:

Edurne dijo...

Anoche volví a soñar con trenes, no me ocurría desde hacía muchísimo tiempo.

Leí tu escrito justo antes de cerrar los ojos.
Ahí se me quedó, está claro.

Y me acuerdo del estupor. Hace ocho años ya.
Yo estaba llorando a un muerto repentino en mi familia, dos días con el asombro y la rabia dentro de mí, y el 11, otro golpetazo!

Sin palabras.

Belidor dijo...

Yo recuerdo unas imágenes en televisión (que luego jamás volvieron a emitir) con muertos sobre las vías. Se me quedó grabada la de un hombre con traje, allí tirado, solo. Había tanto desamparo en aquel cuerpo roto... De ahí nació el relato, más sobre las consecuencias que sobre el hecho en sí. Creo.