lunes, 8 de octubre de 2012

Las identidades asesinas



Hace ya tiempo dijo Unamuno que el nacionalismo era una enfermedad que se curaba viajando. La aseveración continúa siendo válida, aunque habría que añadir que no basta con viajar, además hay que tener los ojos de la mente y el entendimiento abiertos para darnos cuenta de que las personas son iguales en todas partes, se ríen de lo mismo, aman las mismas cosas, lloran de la misma manera cuando mueren sus hijos, sus padres sus esposas o maridos. Sin embargo, hoy más que nunca, parece que arrecia el viento del nacionalismo; los políticos de aquí y allá se envuelven en las banderas de las esencias patrias (¡qué más da la patria que sea!) y nos explican con vehemencia la importancia de vivir en un Estado donde prime por encima de todo una identidad, la que ellos preconizan, y el rechazo a todo lo demás. Aquí mismo, muy cerca, los gobernantes de Gipuzkoa han decidido que a partir de ahora sus ruedas de prensa serán en un único idioma, el del país; el castellano es una lengua extranjera e impuesta. No hace muchos meses, en Cataluña, me topé con varias personas que no es que no quisieran contestarme en castellano, es que no sabían hablarlo aunque lo entendieran. Todo es absurdo. Hay un libro de Amin Maalouf que recomiendo, “Las identidades asesinas”, lectura que debería ser obligada para los políticos aprendices de brujo de este país que se cae a pedazos. Nuestra identidad, la de cada uno de nosotros, y la de un pueblo por añadidura, se compone de múltiples facetas; aceptarlas y cuidarlas, hacerlas crecer y que cada una de ellas se convierta en una parte insustituible de nuestra esencia es fundamental para desarrollarnos como seres humanos. Rechazarlas todas menos una y enrocarnos en esa única faceta (elegida o impuesta) es apostar por el suicidio cultural y por la violencia a medio plazo. ¿Por qué pudiendo vivir en un país donde todos fuésemos capaces de ser bilingües con naturalidad y sencillez, sin renunciar a nada, nos esforzamos por caminar por la senda de una crispación próxima? ¿Por qué nuestros políticos trabajan para empobrecernos intelectualmente? ¿Tan precaria es su inteligencia? ¿Tan idiotas nos creen? Quizá a ambas preguntas la respuesta sea afirmativa. ¿No se dan cuenta de lo fácil que es incitar al odio y la violencia a la masa, sobre todo cuando se ve peligrar esa prosperidad real o ficticia de la que disfruta? La culpa es del otro, siempre.
Todos los nacionalismos son peligrosos porque se generan por oposición al otro, y no nos engañemos: cuanto mayor es la nación, más peligroso es su ejercicio del nacionalismo. Los nacionalismos vasco y catalán toman una deriva preocupante, pero serán nada al lado del siempre omnipresente nacionalismo español. Por favor, lean a Maalouf. Pronto.

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