martes, 31 de enero de 2012

Oda



Oh, tú, inocente entre los inocentes,
casto inexpugnable
de cualquier lúbrico pensamiento inmaculado.
Alma cándida inmune al desaliento,
oh, tú, Roberto, ingenio bien pensante,
crédulo, incauto, en puro estado de pureza[1]
Ay, Sánchez, virgen… optimismo
ante el desaliento triunfador,
revoloteen a tus pies ingenuos niños,
vence tú al desalmado Herodes
lidera a los incautos
contagia tu candor
¡sálvanos del irreparable caos
del apocalipsis infernal!
Sólo tú, Roberto Sánchez,
con la esperanza en cada mano,
sólo tú serás nuestro redentor.


[1] Obsérvese el recurso intencionado, que no es redundancia como pudiera pensar el lector inexperto.

Ana Belén Alonso

lunes, 23 de enero de 2012

Materia oscura

Es este el mundo en que vivimos extraño, y cada día más oscuro. Y nuestro país no es ajeno a la extrañeza y oscuridad que nos envuelven con su manto más espeso y asfixiante. El partido de la oposición, desnortado, está a punto de entregarle el mando a una persona como Chacón, vacua y engreída (Marías dixit, y yo lo comparto). Una persona que no ha demostrado nada, que pide un cambio cuando ella misma es una hija -iba a decir intelectual, pero no quiero exagerar- política de Zapatero, y son los mismos que le han jaleado en sus meteduras de pata, en su simpleza y su frivolidad los que ahora apoyan a esta señora. Parece increíble, pero es inquietantemente cierto. Aunque, en el panorama total que ocupa nuestra pantalla de televisión durante las noticias de la noche, este asunto resulta insignificante por no decir chusco. Manuel Vicent hablaba el último domingo de la materia oscura que compone la mayor parte del Universo y en la que flota nuestra realidad. Una materia oscura que está tragándoselo todo. Al premio Nobel Obama, entre otros. El presidente de los USA prometió cerrar Guantánamo. Ahí sigue. Prometió acabar con las guerras de Irak (ahí quedó el país, más pronto que tarde se sumergirá en una guerra civil) y de Afganistán (más pronto que tarde los talibanes volverán al poder en Kabul). Prometió juzgar, condenar y encarcelar a los dirigentes de Lehman Brothers, causantes de la crisis que nos ahoga. Al final ha tenido que llamar a ilustres gestores de Wall Street a la Casa Blanca e invitarles a tomar el té. Claro que peor es aquí, en la Iberia infeliz, donde el expresidente de Lehman Brothers en España y Portugal (el señor De Guindos) no solo no está en la cárcel, sino que es ministro de Economía por obra y gracia de esa esfinge barbuda, simplona y perogrullesca que tenemos de Presidente del Gobierno. Al señor De Guindos le hace los coros el señor Montoro, el de Hacienda y, como desafinan, sale al escenario la repolluda vicepresidenta a tratar de dirigir la orquesta. Supongo que entretanto el señor Esfinge se fuma los puros que dejó Aznar en la Moncloa cuando lo del 14-M y la conjura islamista-etarra. Por cierto, el Director General de la Policía, el señor Cosidó andará ya en busca del busilis de esta misteriosa trama; no en vano fue él uno de los principales alborotadores en anteriores legislaturas con este mondongo maloliente. Y mientras tanto, el país se sumerge más y más en el desánimo, la oscuridad y el asco.

Como dijo alguien que no consigo recordar, tengo un dolor lírico que me zamarrea el alma.

sábado, 14 de enero de 2012

Nieve sucia

El coche patrulla se detuvo en el arcén con un frenazo nervioso. Dos guardias descendieron del vehículo; sus miradas  penetraron en las volutas de azar que escapaban de sus labios y volaron hacia el silencio blanco y pesado que ocupaba la noche. El crujido de la nieve bajo sus botas rebotó en un cielo negro que se derramaba indiferente a su alrededor. Los vapores del tubo de escape reptaron por el asfalto bruñido, se enroscaron en las piernas de los hombres, y cabalgaron por el aire helado hasta fundirse con el alba de los faros.
El conductor hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se aproximó al lugar en el que un tramo de quitamiedos había desaparecido; su compañero se quedó atrás, atento a los chasquidos de la emisora de radio y a la carretera.
— ¿Cómo están, Matías? —gritó desde más allá del velo pálido de su aliento.
Matías iluminaba con una linterna la barranca. Restos metálicos punteaban el desmonte; en la vaguada descansaba el coche que habían estado persiguiendo durante la última media hora.
— ¡Matías, joder! ¡Contesta! —insistió de nuevo el agente con un asomo de histeria en su voz.
— No lo sé, Germán, y deja de gritar. Tú ocúpate de espantar a cualquiera que pase por aquí —respondió Matías. Se dio la vuelta y le miró. Sus ojos sin párpados reflejaron el frío. Los destellos crudos de las luces de emergencia intensificaron la rigidez de su rostro—. Dame diez minutos y después avisa a las asistencias médicas.
Matías devolvió su atención a lo que sucedía en la hondonada. “Tocas a muerto, cabrón”, apenas murmuró el agente; los golpes que partían del automóvil accidentado sonaban como los tañidos de una campana resquebrajada. La puerta brincó y se desprendió de sus goznes. Desde la oscuridad del caparazón abollado salió un hombre tambaleándose. Dio unos pocos pasos a la deriva,  cayó de rodillas y se derrumbó sobre la tierra congelada.
Matías salvó de un salto la valla destrozada y bajó por el talud. El halo de la linterna se difuminaba hasta desvanecerse para amanecer después con fuerza, escoltando los pasos y resbalones del policía por entre el barro y la nieve. Ignoró al hombre caído y se acercó a la puerta del acompañante. Echó un vistazo al interior; la mitad del trabajo ya estaba hecho.
Deslizó el haz del foco sobre los restos humeantes del vehículo hasta que encontró lo que buscaba. Con dos bruscos tirones consiguió desgajar una tira metálica de la carrocería.
El conductor parpadeó al percibir el chorro de luz sobre su cara; tenía un corte profundo en la pierna derecha; el brazo del mismo lado se doblaba en una forma poco natural. Una fuerte patada en el vientre, y el hombre se vio arrojado al frío y a la negrura. Los ojos se le despeñaron entre las sombras de la incomprensión cuando vieron su brazo muerto oscilar como un badajo sin voz.
— Ayúdame —balbuceó mientras la sangre le resbalaba por la barbilla.
— ¿Dónde lo tienes? —preguntó el guardia con un hilo de voz cortante.
— Por favor, ayúdame —repitió el herido. Como si recordara algo giró la cabeza hacia el coche y volvió a mirar a Matías— ¿Cómo está ella?
Matías ignoró la pregunta. Se inclinó sobre el herido. Sus labios casi rozaron la magullada mejilla del hombre.
— Responde. Y rápido. Si no avisamos a los de urgencias no vais a durar mucho —susurró despacio, poniendo de manifiesto lo obvio.
— Eres un hijo de puta —dijo el herido tratando de escupir su odio en el rostro del policía.
Matías se incorporó y se acercó al vehículo. Lo rodeó despacio, como si estuviera valorando su futura adquisición. Se detuvo delante del asiento del copiloto y miró hacia la carretera; sólo se veían las ráfagas de emergencia del coche patrulla. Desenfundó su pistola y apuntó hacia el cuerpo de la mujer a través del parabrisas destrozado. De la garganta del hombre manó un grito en el que se mezclaban una negación desgarrada y un sollozo sin esperanza. Matías regresó a su lado, apoyó una rodilla en el barro y repitió la pregunta.
— ¿Dónde está?
— En el maletero. Ahí lo tienes —respondió abatido. La cabeza del hombre se derrumbó. La frente se marchitó sobre la tierra negra y sus lágrimas se desbordaron sobre el fango helado.
No había mentido. Matías sopesó la bolsa de deporte y la abrió. Un rápido vistazo hizo que sus ojos se endurecieran con el brillo del triunfo. Volvió donde el hombre y de un fuerte culatazo en la cabeza lo dejó inconsciente.
El agente lanzó un suspiro prolongado que se quebró en un amago de risa. Recuperó la chapa que había arrancado de la carrocería y con tres golpes certeros desgarró la piel y el músculo hasta  seccionar la arteria femoral del hombre. El chorro de sangre trazó un arco y su vida se perdió en la oscuridad de la noche, más allá del cono de luz blanca de la linterna. Una muerte rápida. Unos minutos impacientes y todo había acabado.
Matías miró hacia lo alto del terraplén; el vehículo policial continuaba disolviendo la realidad a su alrededor.  Dio una voz de aviso e hizo una señal hacia su compañero.
— ¡Germán! ¡Ya lo tengo! Baja y échame un cable… Éste aún vive…
Germán se llevó la mano a los ojos tratando de esquivar la vena blanca que le apuntaba desde el fondo del barranco; hundió los pies en la nieve sucia y comenzó a descender.



sábado, 7 de enero de 2012

Ohne Sinn


In kühlen Zimmern ohne Sinn
George Trakl