martes, 31 de agosto de 2010
IV Viaje Literario de La Tertulia de La Granja
domingo, 29 de agosto de 2010
martes, 24 de agosto de 2010
En el Jardim da Estrela
Sentado en un banco en el Jardim da Estrela de Lisboa, no conseguía concentrarme en la lectura; por la cabeza me rondaba un poema de Pessoa, o mejor, de su heterónimo Alvaro de Campos:
lunes, 23 de agosto de 2010
Rua de Cenaculo
sábado, 21 de agosto de 2010
Capela dos Ossos
Bajo los arcos del acueducto de Évora se cobijan las viviendas, sus fachadas blancas alineadas con las columnas de piedra de la conducción de agua. Toda la ciudad resplandece de blanco, Évora no se cae, se eleva orgullosa sobre las piedras que cubren sus calles, piedras sobre las que rebota el eco de los murmullos y se extiende como un manto adormecedor. Aquí se respira tranquilidad, reposo, decadencia. Évora parece fuera del tiempo, ajena a las prisas y al furor de los visitantes. Se camina despacio por la sombra, cualquier momento y rincón son buenos para detenerse a descansar. ¿Para qué apresurarse? Al final todos seremos feligreses de la Capela dos Ossos.
Como en tantos lugares, la vanidad humana aquí también se queda reducida a losas y tumbas que sólo sirven de fondo a las fotografías de los turistas, o que acaban siendo pulidas hasta el anonimato por las pisadas de los fieles y los curiosos. Pero en Évora hay un sitio especial, la Capela dos Ossos. En el dintel de entrada, un aviso: “Nós ossos que aqui estamos, pelos vossos esperamos”. Más allá, paredes y columnas recubiertas de calaveras, tibias, coxis y fémures hasta transformarse en los auténticos muros que sostienen las bóvedas. La vida humana así resumida a ser el revoque de una capilla; mudos, sordos y ciegos asistentes eternos a las oraciones y salmodias de los monjes que allí los han fijado.
jueves, 19 de agosto de 2010
Sintra
“Ó mar salgado, quanto do teu sal sao lágrimas de Portugal”.
martes, 17 de agosto de 2010
Humo
sábado, 14 de agosto de 2010
Ovos moles
Moliceiros, bateiras y saleiros surcan los canales de Aveiro. A Aveiro, anclada en el interior de una ría, le cercenaron el mar una vez.
martes, 10 de agosto de 2010
Douro
“¡No pictures, no fotos!”, resuena la voz del encargado de la librería Lello, en Porto, y así el encanto del lugar se mezcla con el polvo de libros y estanterías y se transforma en estornudos.
Porto parece que se desmorona sobre el Douro ante la indiferencia de todos. Sólo lo parece, las fachadas sucias de sus edificios tambaleantes clavan sus azulejos en los escarpados arribes que caen a pico sobre la ribera, se apoyan unos en otros y así conforman una cascada de abigarrados callejones que fluyen hasta el río.
Las calles empedradas hacen daño y sus cuestas se quedan con el resuello y el sudor de sus paseantes.
Café pingado. Bacalhau. Gaviotas. Luis I. Nueve puentes. Sal. Vino. Sandeman. Terrazas. Camareros toxicómanos. Café pingado.
250 escalones en la torre de la Iglesia de los Peregrinos. No es verdad, no tiene la mejor vista de Porto, el Douro se oculta desde allí y Porto sólo se puede vivir en sus riberas.
sábado, 7 de agosto de 2010
... de Wagenstein
"¿Por qué? Míralo. El pobre cree que va caminando a lo largo del río, siempre derecho. Oye el ruido del agua y eso le alegra el corazón y lo llena de esperanza, porque todo camino, por largo que sea, tiene un principio y también tiene un final. Y el burro anda y anda y tiene la impresión de que va por un camino recto, tendido como un hilo a lo largo de algún río. De noche, cuando ya es bien oscuro, lo desatan y se lo llevan a darle de comer y beber, y luego otra vez, antes de que salga el sol, le vendan los ojos y vuelve a andar y andar, y cree que la meta está muy cerca. Porque también los burros saben que si persigues una meta lejana, cuanto más caminas hacia ella, más te acercas".
jueves, 5 de agosto de 2010
Toledo
Vengo a Toledo y espero encontrarme con Don Quijote y Sancho, pero apenas camino por sus calles me topo con harapientos émulos del hidalgo amo del Lazarillo vestidos con camisetas, bermudas y gorras con gafas de sol encaramadas sobre la visera. No quiero verlos, cierro los ojos y palpo las paredes, me guío por el eco de mis pisadas.
Por las tardes huyo del agónico sol manchego y me refugio en la Venta del Alma, me acojo en su frescor, en el murmullo de su fuente, me pierdo en el laberinto de estancias, me traslado en el tiempo y ahora, ahora sí, acaso me encuentre con Don Alonso.
El sol bate las calles hasta vaciarlas de personas y gatos. Sólo al anochecer se atreven algunos a pisar las piedras recalentadas o a sentarse en los muretes de las iglesias desiertas.
Cuando está oscuro regreso a mi cuarto y escribo sobre sombras y difuntos, acerca de pozos amargos y callejones, de penitentes e inquisidores. Los murciélagos que moran en los tejados de la casa frontera revolotean cerca de mi ventana. Sus maullidos, leves y casi mimosos, acaban por acunarme hacia el sueño durante la noche.