“¡No pictures, no fotos!”, resuena la voz del encargado de la librería Lello, en Porto, y así el encanto del lugar se mezcla con el polvo de libros y estanterías y se transforma en estornudos.
Porto parece que se desmorona sobre el Douro ante la indiferencia de todos. Sólo lo parece, las fachadas sucias de sus edificios tambaleantes clavan sus azulejos en los escarpados arribes que caen a pico sobre la ribera, se apoyan unos en otros y así conforman una cascada de abigarrados callejones que fluyen hasta el río.
Las calles empedradas hacen daño y sus cuestas se quedan con el resuello y el sudor de sus paseantes.
Café pingado. Bacalhau. Gaviotas. Luis I. Nueve puentes. Sal. Vino. Sandeman. Terrazas. Camareros toxicómanos. Café pingado.
250 escalones en la torre de la Iglesia de los Peregrinos. No es verdad, no tiene la mejor vista de Porto, el Douro se oculta desde allí y Porto sólo se puede vivir en sus riberas.
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