En la recepción del hotel me topo con una señora delante del mostrador llenándose el bolso de caramelos. Estoril huele a nuevo rico pretencioso y sin clase; huele a monarquía rancia, a algas podridas y a pescado asado; huele a sol y a bronceador; huele a coches de lujo; huele a porteros de hotel con gorra de plato y charreterras, a recepcionistas con chaqué y a botones con aspecto de gigoló.
En el Casino sólo se puede fumar en la zona de juego; allí huele a humo, a temblor, a espasmódicas sacudidas de la ceniza en cualquier parte; las puntas rojizas de los cigarrillos se agitan, bailan al ritmo del clic-clic de las fichas. En el Casino huele a señoras gastándose las uñas sobre los pulsadores de las tragaperras; a señoras que penetran las vaginas de las máquinas atosigantes con billetes de veinte euros.
Desilusión, la Casa siempre gana. La Casa y una madame en la ruleta.
En el bar del Hotel Palacio huele a maderas enceradas, a velas, a tapizados polvorientos. Si cierras los ojos aún es posible regresar a los años 40, oír la música del piano, escuchar docenas de idiomas diferentes, sentir el taconeo de pies inquietos, ansiosos sobre el mármol. Y oler el tabaco que fumaron aquellos espías. Hoy está prohibido fumar, pero no espiar.
2 comentarios:
Está visto, lo suyo no son los casinos. Da igual la ciudad o el país. Pruebe suerte, quizá no tenga que regresar al trabajo. Suerte, suerte, suerte.
Organizatrix
Ni se me ocurrió jugar. Yo creo en el azar, no en la suerte.
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