lunes, 1 de noviembre de 2010

El país se cae a pedazos (2)


Cada día me convenzo más de que todo va mal. Esa dinámica, iba a decir extraña pero si lo medito bien no lo es tanto, que ha barrido el mundo (y nuestro país) del todo vale, yo primero y mis intereses conmigo y el resto después o jamás, léase: invasión de países, víctimas colaterales, legalización de la tortura, vulneración de las leyes internacionales, donde dije digo digo diego, máximos beneficios y mínimo reparto o distribución de la riqueza (el número de pobres en la España de la champion ligue de la economía de estos años ha crecido en vez de disminuir), programación basura en la que se motiva la zafiedad y la mala educación y en la que se demuestra que esas actitudes ofrecen réditos suculentos, etc, etc, etc, digo que todo eso ha ido calando en nuestra sociedad. Es algo que percibo a cada momento; estoy absolutamente convencido de que una gran parte de nuestros conciudadanos ha caído en una especie de fascismo individual, algo que ya va más allá del clásico egoísmo. Hace poco me lo decía amigo de los chavales, quienes confunden sus deseos con sus derechos. Pero no son sólo los adolescentes. Desde luego algunos de ellos no tienen problema en emporcar nuestras plazas y calles los fines de semana con el argumento de que la bebida es muy cara en los bares. Es cierto lo último, pero también es verdad que hay papeleras. No importa. Voy más allá, el fascismo llega a los más bajos niveles y detalles de la convivencia diaria, casi se está convirtiendo en una especie de autismo social que nos impide ver más allá de nuestro interés inmediato.

- El vecino aparca su coche en su plaza de tal manera que lo deja a 1,5 cm de tu puerta de conductor. La puerta del pasajero (de tu coche) está a 1,5 cm de la columna. La puerta del conductor del coche de tu vecino está a 1,5 m de su columna. Conclusión: te tienes que venir a trabajar en transporte público. Si se lo reprochas al vecino, con mucha suerte obendrás una mirada de incomprensión y un encogimiento de hombros. ¿Y a él qué le cuentas?

- Un tipo aparca su coche bajo una señal de prohibido aparcar manejando el volante con lo que deben ser muñones. Deja el sitio justo para pasar y yo lo hago despacio tratando de no joder mi coche, el suyo o el de el otro lado (correctamente aparcado, por cierto). Cuando lo he conseguido, aprecio por el retrovisor al individuo, ya fuera del coche, haciendo gestos "ostentóreos" en el sentido de que hay sitio de sobra para pasar. Los dos vehículos que lo hacen a continuación obran como yo, lo cual me tranquiliza. Por supuesto el energúmeno no retira su vehículo. Los municipales, al llamarles, se me ríen en la oreja.

- Estoy comprando un par de lamparas. Una amable, preciosa, suculenta y pelirroja señora me atiende, todo sonrisas ella. En ese momento entra una pareja joven y de vestimenta progre y alternativa con un niño mutante en su cochecito y comienzan a interpelar a la dependienta sobre unos apliques en los que están interesados. Piden catálogos, piden verlos in situ, el niño, ya libre de sus correajes, corretea, ellos le gritan, pero sin moverse del mostrador, del cual me han apartado impunemente. ¿Acaso soy invisible o ellos son autistas? ¿No se han dado cuenta de que me estaban atendiendo a mí? Quizá me falte personalidad.

- Estoy tomando un café. En el local las conversaciones son susurradas. Una música suave nos mece a todos. En ese momento, cuando acabo de volver la página de mi libro, entran dos tipos hablando a voces y compartiendo sus pensamientos con los restantes parroquianos, aunque nuestro interés sea nulo. ¿Se percatan ellos del silencio y se obligan a hablar más bajo? ¡Ja! ¿Y quién les dice que por favor bajen el volumen? Nadie, por supuesto. Ellos tienen derecho.

- Un tipo se cambia de carril sin dar intermitente y aún te hace gestos, de nuevo "ostentóreos", porque no eres telépata y no le has cedido el paso como hubiera correspondido, no a las normas de tráfico, sino a su capricho y voluntad.

- El vecino de arriba, no contento con arrastrar sus muebles de un lugar a otro cada día, obliga a sus niños a correr, saltar, berrear, gritar (jaleados por su mamá y él mismo) todos los fines de semana desde las ocho de la mañana . ¿Acaso piensa en su infeliz vecino del 2º B? La respuesta es obvia. Una tímida tentativa de hacerle ver lo molesta que puede llegar a ser la situación se traduce en una obscenidad, una puerta a dos centímetros de mi nariz y más ruido.

- La vecinita del 5º A sale del ascensor -tan mona y pizpireta ella- cada mañana, fumando.

- Etc.

Todos estas pueden ser consideradas sólo como manifestaciones puntuales de mala educación. Desde luego son mala educación, pero creo que son síntomas de una grave enfermedad que nos empieza a afectar con intensidad. El contagio avanza con rapidez. Siempre ha habido gente grosera, pero su incremento en porcentaje es evidente. Y recordemos que el diez por ciento de una población puede joder la convivencia de un país entero si se pone a ello. La base ideológica del fascismo son la mala educación y la falta de respeto a los demás; éstas están ahí delante, dispuestas a asaltarnos sin que haga falta que las provoquemos siquiera. Me pregunto: si hasta hace poco, tiempo de vacas gordas, las cosas han sido así, ¿que comenzará a suceder a partir de ahora? ¿Llegará la humildad o todos querremos mantener nuestras cotas de mala educación a costa de lo que sea? Me temo lo peor. Hace poco leía a un reputado economista que aseguraba que es más importante dejar un país con educación que sin deudas. No llevamos buen camino.

2 comentarios:

El maestresala dijo...

De acuerdo en todo. Ayer mismo acudía a un lugar de estudio en cuyos soportales pasan el tiempo ruidosos y maleducados unos jóvenes que tiran los vasos al suelo, gritan, se pegan. Les llamas la atención y les parece mal, "of course". Mal futuro.

Belidor dijo...

No sólo los jovenzuelos, por desgracia...