viernes, 31 de diciembre de 2010
La noria
sábado, 25 de diciembre de 2010
... de Collins
"Dirijo estas líneas -escritas en la India- a mis parientes en Inglaterra.
domingo, 19 de diciembre de 2010
El hastío de un dios
Las lágrimas y la sangre como dos ríos se unen
Y juntos corren hacia el mar,
Éste se llama caos y en él se hunde la Humanidad.
“Ascenso del error”
A mi lado todo era tan carente de interés y trascendencia que sólo la continua observación de mi imagen y actos daban algo sentido al hecho de existir. El aburrimiento me acompañaba a cada instante en aquel limbo infinito y eterno en el que moraba. Sin embargo los hombres, hormigas ciegas e impacientes, correteaban siempre atareados e infatigables por todo su mundo; construían y arrasaban; amaban y odiaban. Vivían y morían. Quise ser un hombre y que todos me veneraran como lo que soy. Viajé a su estrella y me convertí en uno de ellos.
Al principio, fui dichoso. Me miraba y veía a un ser bello y perfecto. Hablaba, y mi voz sonaba en mis oídos con el tono que debía tener la del mejor de los tenores. Contemplaba mi sombra, y en ella reconocía los movimientos felinos de un depredador sin enemigos y siempre triunfante y ahíto de caza. Nada ni nadie se resistían a mi encanto, las mujeres y los hombres creían que su misión era servirme y satisfacer mis apenas insinuados deseos. Sin embargo, pronto el tedio comenzó a cercarme de nuevo. La infinita repetición del arrobo en las miradas me asqueaba. Dejó de divertirme adivinar cómo las cabezas se giraban a mi paso; ver cómo las mejillas se ruborizaban cuando yo valoraba a sus jóvenes propietarias; apreciar cómo, en definitiva, todo el mundo me consideraba un ser superior digno de ser adorado como un dios. Si a mí, que era perfecto, la vida me aburría, la de los demás debía ser para cada uno de ellos una carga insoportable. Quise hacer el bien y así comencé a asesinar a todos aquellos que creía más infelices, y lo hice infligiéndoles todo el dolor y sufrimiento del que era capaz. La muerte les proporcionaría un breve pero intenso momento de gozo, y a mí de dicha porque de esa manera me convertía de nuevo en un dios, ahora un dios que no se conformaba con ser pasivo y loado sino que con su interpretación era capaz de transformarse a la vez en actor y público. Cuanta más muerte acarreaba a mi alrededor, menor era mi desazón; fue un descubrimiento fascinante y si no hubiese sido un dios, acaso hubiera dudado de mi cordura. Apenas me daba cuenta de que mis caprichos se volvían más absurdos y violentos, y pronto la dosis de horror necesaria para mitigar mi hastío se incrementó tanto que sólo la guerra bastó para arrancarme de ese marasmo. Cada mes, cada año necesité más y más. Más violencia. Más muertes. La última guerra apenas duró unos pocos segundos, pero por primera vez en mi vida reí entusiasmado, palmeé como un niño, me alborocé como las adolescentes que una vez me habían deseado. Experimenté la felicidad de un dios, y aunque sólo duró un instante, fue infinita en su intensidad.
Después llegaron el silencio y la oscuridad a aquel mundo devastado; el aburrimiento regresó y se acomodó a los pies de mi lecho. Desde allí me ha estado observando con ojos cargados de astucia y me cuenta cada mañana que sólo hay una forma de hacerle desaparecer. Los gruesos muros grises de mi habitación son monótonos y aburridos. Fuera están la oscuridad y el veneno que aún supuran de mi risa extinguida. Me aguardan, y yo me pregunto cómo será la muerte de un dios.
lunes, 13 de diciembre de 2010
El país se cae a pedazos (7)
Un plan B, dice. El Gobierno tenía un plan B previsto ante el acoso de los mercados. Yo también tengo un plan B. Gracias a la Reforma Laboral, mi empresa puede echarme mañana a la calle sin justificación (por mucho que se empeñen en decir lo contrario) con doce días de indemnización por año trabajado (el Estado paga otros ocho). Cuando esto suceda, viviré del paro durante unos meses y en el momento en que la prestación se extinga, comenzaré a comerme mis ahorros. ¿Y qué pasará cuando el saldo de mi cuenta corriente esté cerca del cero? ¡Ah, yo también tengo un plan B! Ese día empezaré a empeñar los muebles, la cadena de oro, el home cinema, la televisión... Sí, estoy tranquilo porque yo también tengo un plan B, yo también tengo aeropuertos y loterías que empeñar. Claro que, si uno empeña sus bienes, raramente le dan su valor venal, menos aún si la prisa o la desesperación nos aconsejan al oído. En estas ocasiones, los únicos que suelen hacer negocio son los propietarios de las casa de empeño, y lo hacen con la angustia y la necesidad de los más.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
El país se cae a pedazos (6)
Esta mañana he ido leyendo los titulares que aparecían en la portada del periódico que suelo comprar: "La educación española se instala en el suspenso". Según el informe PISA estamos por debajo de la media de la OCDE (65 países) y de la mitad para abajo en la lista en todos los conceptos analizados. Otro titular dice: "Los atracones de alcohol son la nueva tendencia. Desciende el consumo de drogas ilegales, pero crece la borrachera". Será por efecto de la crisis, me digo. Al fin y al cabo, el kalimotxo sigue siendo más barato que la cocaína, creo. Otro titular: "Seríamos peores sin los buenos libros", dice Vargas Llosa. Sobre todo si no los leemos, me permito apostillar. Ante el no avance de la capacidad de comprensión lectora (dice el informe PISA) y las borracheras, tampoco es muy de extrañar que no se lea demasiado.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Un desastre zoológico
"Veo en los sucesos de España un insulto, una rebelión contra la inteligencia, un tal desastre zoológico y del primitivismo incivil, que las bases de mi racionalismo se estremecen. En este conflicto, mi juicio me llevaría a la repulsa, a volverme de espaldas a todo cuanto la razón condena. No puedo hacerlo. Mi duelo de español se sobrepone a todo. Esta servidumbre voluntaria me ha de acompañar siempre y nunca podré ser un desarraigado. Siento como propias todas las cosas españolas, y aun las más detestables, hay que conllevarlas, como una enfermedad penosa. Pero eso no impide conocer la enfermedad de que uno se muere; o más exactamente, de que nos hemos muerto; porque todo lo que podemos decir ahora sobre lo pasado suena a cosa de otro mundo".
jueves, 2 de diciembre de 2010
El país se cae a pedazos (5)
He empezado a escribir estos párrafos diciendo "Mi banco...", y entonces me he dado cuenta de lo estúpida que podía resultar tal expresión. Implica un cierto sentido de propiedad cuando, en realidad, es el banco el propietario de mi casa y de casi todo lo que tiene dentro. Desde luego, no tengo en absoluto la sensación de que ni una mínima parte de él sea mía por mucho que en su día comprara unas pocas docenas de acciones. No diré que me engañaron, pero sí que ahora valen la mitad que entonces aun cuando me prometieron lo contrario. En cualquier caso, ese banco en el que cada mes me ingresan mi cada vez más magra nómina me envió hace unos días una comunicación ofreciéndome participar en su ampliación de capital. Al parecer quieren comprar un banco turco o algo así. En la cabecera de la orden de compra aparecía lo siguiente: "AMPLIACIÓ DE CAPITAL". No sé, me pareció una falta de respeto. Caben dos posibilidades. Primera: nadie se ocupa de revisar los textos u ocupándose, se le escapó. No dice mucho del interés por la corrección. Segunda: Se dieron cuenta, pero no les importó; el bono iba dirigido a pequeños e incluso minúsculos accionistas.
Es una anécdota, un detalle sin importancia seguramente, pero al mismo tiempo dice mucho de la consideración que les merecemos a las grandes corporaciones sus clientes actuales y/o potenciales. Algo parecido sucede cuando recibes una llamada a las once de la noche de una señora con acento de la Patagonia, que llama desde la Patagonia y que trata de que te cambies de compañía telefónica. Esa señora ganará, sin duda, una miseria, y no habrá tenido la mínima formación necesaria para poder desempeñar su trabajo. Tendrá que agradecer, además, el haber podido conseguir un empleo como ése. La impresión que causa esta forma de comercio es deleznable, sin embargo a los grandes estrategas de esas compañías no se les ocurre que su forma de actuar pueda ser ofensiva. ¿No piensan que uno agradece que le traten como si fuese importante, único, especial? ¿No se dan cuenta de que somos algo más que una posibilidad de negocio, de que somos personas y que nos agrada que nos traten como tales? Sólo importa ganar un céntimo más, sacándolo del bolsillo del cliente idiota o del empleado del tercer mundo inerme y desposeído. La importancia de una 'n'.