lunes, 14 de diciembre de 2009

La sonrisa de Holofernes /2

El discurso aprendido se esfumó en el aire calcinado del mediodía; el sudor le resbaló entre los pechos y con él las palabras de los jefes de Betulia y de los sacerdotes, representantes de Dios, un dios que había decidido que ella debía morir sólo por ser mujer y viuda.

—Ya no serás nunca recipiente de guerreros —repitió Ozías las palabras de Dios—. Pero tú misma puedes luchar por Mi pueblo y salvarlo de la aniquilación.

Malditos los que usurpaban la palabra del Señor y ponían en Sus labios tan miserables razones. Malditos egoístas que por salvarse sólo eran capaces de desprenderse de lo que creían inservible.

Judit había humillado la cabeza en un intento de ocultar su rabia hacia aquellos que la enviaban al sacrificio. El vientre que su marido Manasés jamás fue capaz de sembrar, que creían un cántaro vacío y dañado que ya no servía para nada, era el que la enviaba a la muerte. Entonces Judit se postró en tierra, esparció ceniza sobre sus cabellos, puso al descubierto el sayal con el que ceñía su cuerpo e imploró al Señor hurtando su voz a los jefes de Betulia:

—… no somos castigados, sino que el Señor golpea a los que están cerca de Él, para que eso les sirva de advertencia.

Judit abrió los ojos y volvió a mirar al guerrero. ¿Merecían vivir? ¿Lo merecían más que él? ¿Más que ella?

Nunca le contó que era una traidora a su pueblo, que ella le indicaría cómo entrar en la ciudad. No hizo falta que mintiera para ganarse su confianza. Él, en cambio, le habló de su infancia en una pequeña aldea a orillas del gran río, y de las batallas que había ganado. También le habló de la mujer que había muerto en el desierto, una mujer a la que había amado pero que no pudo sobrevivir en aquel mundo de sangre y conquista. Le habló de su soledad entre los muertos en los campos de batalla, después de la victoria, de los ojos vacíos, de los reproches mudos y ciegos; de que alguna vez regresaría a su aldea, lejos de la gloria, pero también de los gritos de la carne herida, alguna vez, cuando su rey lo permitiese. Y solo, así lo había pensado hasta que la vio. Le dijo que el dios que la había enviado a él también sería el suyo. Judit supo que deseaba conocer aquel río, bañarse en él, desnuda, abrazada a aquel hombre con el que había estado viva durante tres días, los únicos tres días desde que sus padres le impusieron su nombre. Tres días en una vida que se acercaba a su final ahora que el cielo era ya un poco menos oscuro.

Imagen: Judit y Holofernes - Franz von Stuck

3 comentarios:

el maestresala dijo...

Sr Belidor :


La historia ha sido, es y siempre será así... un hombre que pierde la cabeza por una mujer. Pobre Holofernes. Ya lo decía aquel negrito simpático : Si condubes.. no bebuzcas Seguro que había tomado algo.
Bebidas y trato carnal no son buenos a un tiempo.

tournesols dijo...

(inciso: a finales de mes voy a madrid. ¿dónde pasa usted las navidades, monsieur?)

*

Belidor dijo...

Por eso yo no bebo.