Sé que usted no lo entiende, usted piensa que todas las parejas discuten y eso no se traduce en el final de la relación. Pero es que nosotros no discutíamos; ella llovía y yo me limitaba a terminar empapado. No era capaz siquiera de abrir un paraguas o buscar resguardo bajo una cornisa. Cuando lo intenté, sólo sirvió para acentuar más su violencia verbal, para poner aún más de manifiesto mi pusilanimidad y mi miedo a perderla. Leo en sus ojos algo parecido a la compasión o a la burla, no lo sé, pero sí sé que ya nadie puede ofenderme. Si ella no era capaz de ser de otro modo, yo tampoco.
domingo, 31 de enero de 2010
Ella llovía
jueves, 28 de enero de 2010
... de Gaudé
"... La sociedad actual, racionalista y fría, defiende por encima de todo la impermeabilidad de las fronteras, pero no hay nada más falso... Uno no está muerto o vivo. En absoluto... Es infinitamente más complicado. Todo se confunde y superpone. Los antiguos lo sabían... Ambos mundos, el de los vivos y el de los muertos, se encabalgan. Existen puentes, intersecciones, zonas turbias... Simplemente hemos desaprendido a verlo y percibirlo..."
miércoles, 27 de enero de 2010
Amor a la francesa /y 3
En el acceso al avión se quedaron tan asombrados que nadie se percató del escaso parecido entre sus documentos oficiales y su nuevo e hiperactivo aspecto. Ya en suelo francés, todos los agentes de policía se cuadraban en cuanto aparecía por cualquiera de los pasillos que recorría a toda velocidad. Una vez en el taxi, le anunció con voz engolada al conductor que le llevara a palacio. Una vez allí, galopó por los corredores gritando la letanía que le acompañaba desde aquel amanecer: “Carla, mon cherí”. A continuación gritaba algo como: “Yesuiisí”. Astudillo creyó pisar el cielo cuando desde detrás de una cristalera, como si fuese una aparición materializándose, surgió el objeto de su pasión. Carla levitaba, sus pies parecían no posarse sobre el frío mármol del hogar presidencial, pensó Jacinto. Ella se le acercó, le miró con su habitual y coqueto bizqueo, le besó en los labios y, un tanto sorprendida, le preguntó en perfecto francés: “Nico, amor, ¿no habías salido de visita oficial hacia Madrid?” Jacinto la miraba con la boca abierta, incapaz de hacer otra cosa que parpadear. “¿Qué te pasa, cherí? ¿Te encuentras bien?”, casi le cantó al oído, solícita, su amor… Su amor… Su amor era la esposa de Sarkozy… La esposa de Sarkozy… Esa idea le crispó hasta hacerle ruborizar. No. Jamás. La esposa de Jacinto Astudillo, proclamó para sus adentros.
Jacinto le palpó las nalgas a modo de despedida y salió a la carrera hacia el Ministerio de Defensa. Si no estaba mal informado, Francia disponía de misiles nucleares y toda esa parafernalia. Se acordó de los cabrones de la oficina y de su doctora. Pícnico, se sonrió al recordar la palabra, y la sonrisa se le amplió al pensar en Sarkozy… Sarkozy estaba en Madrid… La sonrisa se convirtió en carcajada.
Rezó para que los gabachos tuvieran buena puntería.
domingo, 24 de enero de 2010
Amor a la francesa /2
Astudillo siempre había sido creyente, incluso de pequeño, cuando se le pegaba la hostia al paladar y al meterse los dedos en la boca, el cura le arreaba un capón en la nuca. Arrebatado por una emoción casi mística, Jacinto cayó de rodillas y, apoyado en el retrete, comenzó a llorar dándole gracias a Dios y a la divina República de Francia. Algo más tranquilo y seguro de la realidad de todo aquello, renqueó hasta la sala y abrazó contra el pecho el álbum de recortes que cada noche completaba y revisaba con fervor. Se le saltaron las lágrimas de nuevo mientras sus dedos trémulos repasaban las fotografías de su amada. De entre sus labios, ahora carnosos, y acompañadas de numerosos perdigones, tres palabras en francés se derramaban como una cascada sobre el álbum: “mon cherí Carla, mon cherí Carla”. Carla, desde aquellas páginas, le guiñó un ojo.
Una hora más tarde, Astudillo estaba en la puerta de la agencia de viajes del barrio. “Déme un billete en el primer avión que salga hacia París. No importa lo que cueste”, le gritó al vendedor. Media hora más tarde entraba en la sección de caballeros de El Corte Inglés de Preciados. Jacinto carecía de un traje adecuado a sus nuevas proporciones. Algo defraudado, se dio cuenta de que Sarkozy era un canijo; para consolarse se volvió a palpar la entrepierna.
Tres horas más tarde embarcaba hacia París desde la T4. Algunos guardias le contemplaron extrañados mientras se rascaban el cogote por debajo de la gorra reglamentaria; unos cuantos franceses cuchichearon a su paso admirados por la gallardía de su presidente; un grupo de monjas en camino hacia las misiones del Congo entornaron sus párpados y sonrieron con arrobo y timidez ante el empaque de ese hombre casi divino. Astudillo ignoraba a todos aquellos seres estúpidos, sus gestos de reconocimiento, su admiración. Él sólo tenía ojos para su propio mundo interior, para la imagen de su idolatrada Carla.
jueves, 21 de enero de 2010
Amor a la francesa /1