domingo, 31 de enero de 2010

Ella llovía


"Lo natural es morirse
sin haber paseado de la mano
por los portales de una ciudad desconocida."
Cristina Peri Rossi

Sé que usted no lo entiende, usted piensa que todas las parejas discuten y eso no se traduce en el final de la relación. Pero es que nosotros no discutíamos; ella llovía y yo me limitaba a terminar empapado. No era capaz siquiera de abrir un paraguas o buscar resguardo bajo una cornisa. Cuando lo intenté, sólo sirvió para acentuar más su violencia verbal, para poner aún más de manifiesto mi pusilanimidad y mi miedo a perderla. Leo en sus ojos algo parecido a la compasión o a la burla, no lo sé, pero sí sé que ya nadie puede ofenderme. Si ella no era capaz de ser de otro modo, yo tampoco.

jueves, 28 de enero de 2010

... de Gaudé


"... La sociedad actual, racionalista y fría, defiende por encima de todo la impermeabilidad de las fronteras, pero no hay nada más falso... Uno no está muerto o vivo. En absoluto... Es infinitamente más complicado. Todo se confunde y superpone. Los antiguos lo sabían... Ambos mundos, el de los vivos y el de los muertos, se encabalgan. Existen puentes, intersecciones, zonas turbias... Simplemente hemos desaprendido a verlo y percibirlo..."

Laurent Gaudé

miércoles, 27 de enero de 2010

Amor a la francesa /y 3

En el acceso al avión se quedaron tan asombrados que nadie se percató del escaso parecido entre sus documentos oficiales y su nuevo e hiperactivo aspecto. Ya en suelo francés, todos los agentes de policía se cuadraban en cuanto aparecía por cualquiera de los pasillos que recorría a toda velocidad. Una vez en el taxi, le anunció con voz engolada al conductor que le llevara a palacio. Una vez allí, galopó por los corredores gritando la letanía que le acompañaba desde aquel amanecer: “Carla, mon cherí”. A continuación gritaba algo como: “Yesuiisí”. Astudillo creyó pisar el cielo cuando desde detrás de una cristalera, como si fuese una aparición materializándose, surgió el objeto de su pasión. Carla levitaba, sus pies parecían no posarse sobre el frío mármol del hogar presidencial, pensó Jacinto. Ella se le acercó, le miró con su habitual y coqueto bizqueo, le besó en los labios y, un tanto sorprendida, le preguntó en perfecto francés: “Nico, amor, ¿no habías salido de visita oficial hacia Madrid?” Jacinto la miraba con la boca abierta, incapaz de hacer otra cosa que parpadear. “¿Qué te pasa, cherí? ¿Te encuentras bien?”, casi le cantó al oído, solícita, su amor… Su amor… Su amor era la esposa de Sarkozy… La esposa de Sarkozy… Esa idea le crispó hasta hacerle ruborizar. No. Jamás. La esposa de Jacinto Astudillo, proclamó para sus adentros.

Jacinto le palpó las nalgas a modo de despedida y salió a la carrera hacia el Ministerio de Defensa. Si no estaba mal informado, Francia disponía de misiles nucleares y toda esa parafernalia. Se acordó de los cabrones de la oficina y de su doctora. Pícnico, se sonrió al recordar la palabra, y la sonrisa se le amplió al pensar en Sarkozy… Sarkozy estaba en Madrid… La sonrisa se convirtió en carcajada.

Rezó para que los gabachos tuvieran buena puntería.

domingo, 24 de enero de 2010

Amor a la francesa /2


Astudillo siempre había sido creyente, incluso de pequeño, cuando se le pegaba la hostia al paladar y al meterse los dedos en la boca, el cura le arreaba un capón en la nuca. Arrebatado por una emoción casi mística, Jacinto cayó de rodillas y, apoyado en el retrete, comenzó a llorar dándole gracias a Dios y a la divina República de Francia. Algo más tranquilo y seguro de la realidad de todo aquello, renqueó hasta la sala y abrazó contra el pecho el álbum de recortes que cada noche completaba y revisaba con fervor. Se le saltaron las lágrimas de nuevo mientras sus dedos trémulos repasaban las fotografías de su amada. De entre sus labios, ahora carnosos, y acompañadas de numerosos perdigones, tres palabras en francés se derramaban como una cascada sobre el álbum: “mon cherí Carla, mon cherí Carla”. Carla, desde aquellas páginas, le guiñó un ojo.

Una hora más tarde, Astudillo estaba en la puerta de la agencia de viajes del barrio. “Déme un billete en el primer avión que salga hacia París. No importa lo que cueste”, le gritó al vendedor. Media hora más tarde entraba en la sección de caballeros de El Corte Inglés de Preciados. Jacinto carecía de un traje adecuado a sus nuevas proporciones. Algo defraudado, se dio cuenta de que Sarkozy era un canijo; para consolarse se volvió a palpar la entrepierna.

Tres horas más tarde embarcaba hacia París desde la T4. Algunos guardias le contemplaron extrañados mientras se rascaban el cogote por debajo de la gorra reglamentaria; unos cuantos franceses cuchichearon a su paso admirados por la gallardía de su presidente; un grupo de monjas en camino hacia las misiones del Congo entornaron sus párpados y sonrieron con arrobo y timidez ante el empaque de ese hombre casi divino. Astudillo ignoraba a todos aquellos seres estúpidos, sus gestos de reconocimiento, su admiración. Él sólo tenía ojos para su propio mundo interior, para la imagen de su idolatrada Carla.


jueves, 21 de enero de 2010

Amor a la francesa /1


Pícnico. Esa era palabra técnica que empleaba la doctora de Jacinto Astudillo para aludir a su notable falta de esbeltez. Bajito y barrigón, de cráneo voluminoso y frente despejada, sus ojos eran un par de pequeñas bolas oscuras y desorientadas que se agazapaban detrás de unos gruesos cristales de miope impenitente. Por estas y otras razones, Jacinto Astudillo no era feliz en su existencia de oficinista menospreciado y célibe a la fuerza. Pero en su soledad cotidiana acunaba una pasión: Jacinto estaba enamorado de la mujer más fascinante que existía bajo el cielo del mundo. A todos aquellos que se prestaban a escucharle, no muchos, en realidad —su madre y una señora que solía esperar el autobús por las mañanas en su misma parada—, les hablaba ilusionado de su amor y de su enamorada, de la fe y de la esperanza en los milagros.
Una mañana, cuando el despertador le arrancó de un sueño pesado, denso y algo pringoso, Astudillo tuvo la intuición de que milagro se había producido durante la noche. Apenas se colocó las gafas sobre la nariz, se dio cuenta de que sabía hablar en francés; además las gafas no le asentaban correctamente. Se palpó la nariz y la halló mucho más grande de lo que recordaba, un punto ganchuda incluso. En un súbito destello de lucidez y confianza en su fe, se llevó la mano a la entrepierna y con los ojos muy abiertos exclamó algo así como “mondié”. Quizá siguiera soñando, pero después de dejarse un dedo del pie pegado a la pata de la cama cuando corría hacia el espejo del baño, supo con certeza que todo aquello estaba sucediendo de verdad, que no se trataba de un sueño.
El espejo debía estar empañado porque el rostro que allí se asomaba aparecía confuso tras una niebla que se negaba a disolverse por mucho que Astudillo frotara el cristal. Empezaba a asustarse ante la posibilidad de que, después de todo, aquello sólo fuese un sueño, pero en otro rapto de inteligencia se quitó las gafas; sobre el espejo se dibujaron unos rasgos que reconoció de inmediato. “¡Coño, coño, coño!”, dijo en voz alta y en un castellano de lo más castizo. “Si soy como el Sarkozy”.


martes, 19 de enero de 2010

Welt, Welt von Licht


Welt, Welt von licht
Manns hanger auf all recht
Welt, Welt von licht
Ô mein kinder so wet stillecht

No muy lejos, bajo el mismo cielo enterrado en cascotes, en lo alto de alguna colina, dos soldados observaban la agonía de la ciudad. El resplandor rojizo de los incendios teñía de sombras inquietas sus rostros; el suelo temblaba con un espasmo leve y amortiguado cada vez que un nuevo destello multicolor batía desde el cielo. Los haces de luz apuntaban a la noche, erráticos, tratando de adivinar a los asesinos allá arriba, traduciendo en azul los estertores del ser atacado. Pero poco a poco se extinguían; cada hongo, primero de color blanco, luego carmesí, por fin de un negro entreverado de cenizas y muerte, ya sólo visible porque más allá crecía una nueva fruta mortífera de fuego, segaba las venas de luz de la ciudad. Era un espectáculo sin sonido. El fragor del fuego, los gritos de pánico, el estrépito de los edificios al derrumbarse, el siseo de las llamas al reptar hacia los sótanos repletos de refugiados temblorosos. Y al final, cuando ya sólo quedaban las ruinas calcinadas, cuando la ciudad se había convertido en un fantasma envuelto en humo, entonces sí, el silencio.

jueves, 14 de enero de 2010

... de Murakami


"Me dije que en el futuro pasaría muchas tardes como aquélla. En esa ciudad rodeada por la alta muralla, tenía muy pocas opciones".

Haruki Murakami

domingo, 10 de enero de 2010

Salomé necrófila


"He besado tu boca, Iokanaan, he besado tu boca. Había un sabor acre en tus labios. ¿Era el sabor de la sangre?... O ¿sería tal vez el sabor del amor?"

Oscar Wilde

Imagen: Salomé - Lucien Lévy-Dhurmer

domingo, 3 de enero de 2010

... de Auster



"[...] resplandecía de belleza, era una criatura incandescente, una tormenta en el corazón de todo hombre que le pusiera los ojos encima, y el verla por primera vez se cuenta entre los momentos más asombrosos de mi vida. La deseaba -desde el primer momento la deseé- y, con la apasionada obstinación de un estúpido soñador, fui tras ella".

"Era la imposible, la inalcanzable, aquella con la que nunca podía contarse: un espectro del Reino del Acaso".

"De la poesía a la justicia entonces. Justicia poética, si quieres. Porque esa es la triste realidad: en el mundo hay más poesía que justicia".

"[...] pero París sí es París. Sólo París es real [...]".