Las ciudades son grises por el día, el aire húmedo y salado. Lluvia.
Asfalto gris, fachadas grises, cielo gris. Lluvia a las siete de la mañana, mientras el gran reloj del ayuntamiento bate las calles mojadas con sus tañidos y las sirenas reclaman con un silbido agudo a los oficiantes de la liturgia fabril. Caras y ropas grises se apresuran por las cuestas hacia la estación del tren camino de los templos. Las grúas ya ejecutan su danza lenta y majestuosa contra el telón de unos montes nublados, varados en una extraña red de tuberías, cables y estructuras de metal; las gaviotas traducen con sus graznidos la queja eterna de aquellas montañas prisioneras. Un tren destartalado recorre un paisaje de fábricas oxidadas en las riberas de la ría; de chimeneas enhiestas blanqueando con su humo las nubes de acero que siempre están ahí; de astilleros con monstruos varados a medio devorar, sus entrañas de metal asomadas al húmedo amanecer. Algunos coches se aventuran por carreteras sinuosas que bordean montañas de escoria, vómito arrancado a la tierra; se asoman a las canteras vertiginosas de las que brota sangre sólida; sobre ellos vuelan los cangilones con carbón hacia las fauces de los hornos insaciables.
En cada lugar el mismo olor a acero oxidado y fuego, mar y algas, cloaca y bosque. Y el olor metálico del agua de lluvia mojándolo todo.
Fuego, hierro, rojo, gris… Gaviotas y ría. Lluvia y grúas.
Así es como recuerdo el paisaje de mi infancia.
2 comentarios:
Sr Belidor :
Ya que me saca a colación la inefable Blas, le podemos homenajear junto con un amigo, escritor catalán, que en su día le dedicó un poema. Yo creo que es un lujo :
UN TODO CUALQUIERA
A Blas de Otero , in memoriam
Un domingo cualquiera,
un yo cualquiera,
también pido la paz
y la palabra pido,
y digo sin querer
lo que tan queriendo digo.
De nuevo con tus versos
has venido de pronto
con los brazos abiertos
de gritos y silencios.
Has venido de pronto, Blas,
en tanta compañía de ti,
de tu pueblo y tus poemas
caídos como el agua
que verdea tus campos,
tu eterno en paz descanse
en la plena liturgia del amor
a todo lo que late
o ni siquiera existe,
tan lejos de nosotros
con nosotros mismos.
¿Qué pueden ya importarte
los versos que te envío
un domingo cualquiera
que no me pertenece
ni en fecha ni en caminos?
Pero te los escribo ardiente
como fueron tus palabras
tan llenas de ti mismo
que pronto te vaciaron
y a la calle salieron
en busca de otras voces
convertidas en besos
de hambres y justicias.
¡Ay, Blas, cuánto desierto
anduviste tú solo
adivinando soles y azules
bajo las nubes grises!
Y hoy me reclama tu nombre,
un domingo cualquiera,
un yo cualquiera,
también pido la paz
y la palabra pido.
Julio Manegat (Febrero de 2004)
Gracias...
Demasiado gris.
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