Apenas son las once de la mañana de un nuevo primer día de enero. La angustia ha golpeado mi cama muy temprano, he dispuesto de tiempo, de ese tiempo con el que no sé qué hacer. He estado reflexionando acerca de cuáles son mis planes para este año del que apenas han transcurrido unas pocas horas. Mientras pensaba en ello, tenía la vista clavada en el muro que hay más allá de la ventana de mi habitación; las serpentinas que no han caído a la calzada se aferran a los ladrillos y se estremecen bajo las caricias de un suave viento que ni siquiera sabe que es capaz de proporcionar algo de placer.
Debería escribir, escribir, y escribir. En la soledad de mi dormitorio, ayer en la noche, mientras la alegría por decreto escalaba hasta mis persianas, comencé a leer el primer capítulo de algún libro, y sentí que yo también podía crear algo igual. Pero, ¿sobre qué escribir? Detengo un instante mi pluma y vuelvo los ojos hacia la ventana. No estoy intentado ordenar mis ideas, sino aceptando con dolor que en los muchos meses que he estado amamantando este proyecto no he conseguido parir nada coherente que vaya más allá de mí. A pesar de todo, ahora, mientras mi pluma regresa a rasgar la superficie del papel, pienso que estas líneas no serían un mal comienzo. Lo pienso, y por eso mismo me siento aún más patético y deprimido, y para intentar no torturarme de nuevo con esas metas estúpidas acabo por fijarme en mi letra. Tengo una letra preciosa, veo la línea negra de tinta fluir sobre este mar blanco y adivino que mi vida podría ser tan hermosa como mis trazos, que mi vida podrían ser esos trazos, que yo debería escribir mis horas, mis minutos, mis segundos y no permitir que nadie lo hiciese por mí. Pero mi vida son sólo estos surcos negros labrados en una tierra blanca, una existencia atrapada en un rectángulo de papel del que no sabe cómo huir y más allá del cual sólo existe el caos de una mesa de madera abarrotada de objetos inútiles, tanto como estas palabras, tanto como el que desliza su mano sobre esta hoja. Y pienso que eso es lo que soy, un inútil, un ser repleto de taras e incapaz de enfrentarse al mundo, alguien que sólo sabe refugiarse en los límites de un pliego y torturarse intentando decidir si debe acentuar la palabra solo y ser de esa manera ridículamente rebelde. Chejov descubrió que es mayor la sensación de tristeza al describir un charco en el que se refleja la luna que al decir que un personaje está triste.
El muro de ladrillos sigue al otro lado de la ventana, pero en el cristal ahora sólo veo el reflejo de mis propios ojos.
4 comentarios:
y tiene buena letra y tó...
encima de buena prosa...
la mía es ininteligible, porras.
Pues sí, la verdad es que tengo una letra muy, pero que muy bonita
¿No será usted por un casual Josef K.? Somos muchos... no se aflija. Yo sí empezaría un proyecto serio sin demasiados planes. Sorpréndase a usted mismo y recuerde que la escritura puede darle todo lo que le hurta la vida.
Lo que me hurta la vida..., eso me ha gustado...
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