Vengo a Toledo y espero encontrarme con Don Quijote y Sancho, pero apenas camino por sus calles me topo con harapientos émulos del hidalgo amo del Lazarillo vestidos con camisetas, bermudas y gorras con gafas de sol encaramadas sobre la visera. No quiero verlos, cierro los ojos y palpo las paredes, me guío por el eco de mis pisadas.
Por las tardes huyo del agónico sol manchego y me refugio en la Venta del Alma, me acojo en su frescor, en el murmullo de su fuente, me pierdo en el laberinto de estancias, me traslado en el tiempo y ahora, ahora sí, acaso me encuentre con Don Alonso.
El sol bate las calles hasta vaciarlas de personas y gatos. Sólo al anochecer se atreven algunos a pisar las piedras recalentadas o a sentarse en los muretes de las iglesias desiertas.
Cuando está oscuro regreso a mi cuarto y escribo sobre sombras y difuntos, acerca de pozos amargos y callejones, de penitentes e inquisidores. Los murciélagos que moran en los tejados de la casa frontera revolotean cerca de mi ventana. Sus maullidos, leves y casi mimosos, acaban por acunarme hacia el sueño durante la noche.
2 comentarios:
¡ Non fullades malandrin !
Es imposible huir de la "civilización" .... ¡qué haremos!
Pues no sé muy bien...
Publicar un comentario