miércoles, 4 de noviembre de 2009

... de Flaubert




"La vida es una cosa horrible. Es como una sopa en la que flotan muchos pelos, y que no hay más remedio que comerse".

Gustave Flaubert

2 comentarios:

El maestresala dijo...

Sr Belidor, escuche por favor...

Ultimas palabras (Juan Bas)

La reciente festividad de Todos los Santos me invita a hacer un poco de humor -negro, claro- a cuenta de la muerte -si total, no es más que un mal rato- o, mejor dicho, de los muertos, ya que suele considerarse que la diferencia entre el humor negro inglés y el español es que aquél se ríe de la muerte y éste de los muertos.
Para dar unas pinceladas de chacota con tan lúgubre tema siempre vienen bien las últimas palabras, las que se balbucean en el lecho de muerte. Entre las muchas y conocidas frases sepulcrales brillantes -ha surgido en Internet una nueva red social, Deathbook, que permite seguir dando la murga después de muerto-, me quedo con tres por la clarividencia y escepticismo de la primera, la campechanía de la segunda y el humorista hedonismo de la tercera.
El anticlerical y librepensador boticario riojano Salustiano de Orive hizo su fortuna en Bilbao, después de la Segunda Guerra Carlista, cuando inventó y patentó el hallazgo de su vida profesional: un refrescante elixir dentífrico al que puso el nombre comercial de Licor del Polo. Ahora es propiedad de la empresa Schwarzkopf & Henkel, de Düsseldorf.
Pues bien, en su lecho de muerte, las últimas palabras del boticario Orive fueron éstas: «No creo en Dios ni en el Licor del Polo». Cuánta humildad, que no reconocimiento de fraude. Una admirable declaración de principios para irse a la nada ligero de todo equipaje. Las mortajas no tienen bolsillos.
Orive estuvo a punto de superar la talla de las palabras de Paul Claudel, que no entendía muy bien de qué se moría y lanzó una postrera pregunta no se sabe si a sus familiares o al más allá: «¿Habrá sido por el salchichón?».
Y esta última anécdota de presencia de ánimo ante la muerte, que me contaron hace poco unos amigos, me encanta por el amor a la vida que conlleva. La protagonizó -la vida es una película que siempre termina mal, se muere el protagonista- el músico guerniqués Segundo Olaeta, que a punto de entregar la cuchara se puso a decir con afán: «Clicquot, Clicquot, Clicquot». Sus deudos creyeron que en el delirio agónico remedaba el tic-tac de un reloj a punto de pararse por aquello de 'vulnerant omnes, ultima necat' -todas (las horas) hieren, la última mata-. Y no, qué va, nada más lejos; lo que demandaba don Segundo, gran amante del champán, era una botella de Veuve Clicquot, su marca de cabecera, nunca mejor dicho. Atendida su última voluntad, el agonizante bebió, eructó mansamente y expiró.

A mí me ha hecho reir y ¿a usted?

Belidor dijo...

Yo creo que fue el salchichón.