La mujer del espejo dio la vuelta a la cama y se detuvo a observar el sueño inocente de la joven. Ella abandonó la gruta de su indiferencia y gritó desesperada, trató de detenerla, pero, impotente, vio como el arma teñida de rojo se elevó para caer veloz sobre el cuerpo dormido. La niña sólo consiguió emitir una especie de jadeo; se llevó las manos al vientre e incrédula descubrió la sangre que manaba de su interior. Luego sus ojos se volvieron hacia su asesina. Una única palabra acudió a sus labios en un lamento roto que ya se despeñaba en la negrura: “¿Mamá…?"
Cuando consiguió expulsar del espejo a la otra mujer, persiguió la mirada de Inés hacia el cuchillo que aún sostenía en las manos. Lo arrojó contra la pared, tensando el brazo en un arco que se diluyó más allá de la realidad, las puntas de los dedos huyendo una vida. Y se acuclilló en el suelo, al lado de su hija moribunda. Levantó las manos ensangrentadas con las palmas vueltas hacia su rostro, las giró y al otro lado de la cortina de sus dedos trémulos sus ojos se cruzaron con los de su hija. Inés, que apenas tenía ya fuerzas para llorar, susurró con los flecos de su voz una llamada en la que se mezclaban el dolor, la duda y la incomprensión: “¿Mamá…?”. Otra vez. Y el dolor. Otra vez. El de la niña. Y el suyo. La vida le duele, pero ya falta poco. Las voces han callado en la sala.
2 comentarios:
Sr Belidor :
Sos un jodido libertario lleno de nostalgia.
Sí, Maestresala. Jodido, libertario y nostálgico, pero sobre todo lo primero.
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