La queja de unos goznes oxidados y un seco portazo provocaron un espasmo en sus músculos. Se negó a abrir los ojos, sólo quería seguir durmiendo. El olor a ceniza batía las paredes de la habitación con furia. Le costaba respirar. Inhalaba cada vez más hondo, pero sus pulmones sólo se llenaban de aquel olor acre. Tenía calor. Un siseo repulsivo se arrastraba por el suelo. Se tapó los oídos, quizá bastara con silenciar aquel crujir líquido para que desapareciese el calor que le hacía arder el pecho. Empezó a toser, una última bocanada de aire se le atoró en la garganta y se transformó en un silbido ronco. Los párpados se le levantaron sin que él lo ordenara. Un oscilante resplandor rojizo se proyectaba sobre el techo. A los pies de la cama, una espiral negra se agitó entre los muebles y ascendió por la pared.
Golpeaban la puerta de la calle.
El silbido ronco de su aliento era ya sólo un gorgoteo.
Sus dedos se aferraron a las sábanas.
Los golpes eran cada vez más fuertes, se confundían con una voz que le llamaba, la voz de su vecino. Olía a ceniza.
El gorgoteo se fue apagando hasta sonar como el roce de dos piedras.
Algo acarició sus dedos, dolía, pero el dolor fue breve.
2 comentarios:
Sr Belidor :
Explíquenos, por favor, esta ambigüedad de la ceniza y ese arder diastólico y perimétrico. Acaso no se puede escribir más claro sin emplear términos como coriandros, procrastinación u otras inanes palabrejas. Explíquese, Sr Belidor, por favor... (perdón)
Leb wohl, Kamerad...
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