viernes, 31 de diciembre de 2010
La noria
sábado, 25 de diciembre de 2010
... de Collins
"Dirijo estas líneas -escritas en la India- a mis parientes en Inglaterra.
domingo, 19 de diciembre de 2010
El hastío de un dios
Las lágrimas y la sangre como dos ríos se unen
Y juntos corren hacia el mar,
Éste se llama caos y en él se hunde la Humanidad.
“Ascenso del error”
A mi lado todo era tan carente de interés y trascendencia que sólo la continua observación de mi imagen y actos daban algo sentido al hecho de existir. El aburrimiento me acompañaba a cada instante en aquel limbo infinito y eterno en el que moraba. Sin embargo los hombres, hormigas ciegas e impacientes, correteaban siempre atareados e infatigables por todo su mundo; construían y arrasaban; amaban y odiaban. Vivían y morían. Quise ser un hombre y que todos me veneraran como lo que soy. Viajé a su estrella y me convertí en uno de ellos.
Al principio, fui dichoso. Me miraba y veía a un ser bello y perfecto. Hablaba, y mi voz sonaba en mis oídos con el tono que debía tener la del mejor de los tenores. Contemplaba mi sombra, y en ella reconocía los movimientos felinos de un depredador sin enemigos y siempre triunfante y ahíto de caza. Nada ni nadie se resistían a mi encanto, las mujeres y los hombres creían que su misión era servirme y satisfacer mis apenas insinuados deseos. Sin embargo, pronto el tedio comenzó a cercarme de nuevo. La infinita repetición del arrobo en las miradas me asqueaba. Dejó de divertirme adivinar cómo las cabezas se giraban a mi paso; ver cómo las mejillas se ruborizaban cuando yo valoraba a sus jóvenes propietarias; apreciar cómo, en definitiva, todo el mundo me consideraba un ser superior digno de ser adorado como un dios. Si a mí, que era perfecto, la vida me aburría, la de los demás debía ser para cada uno de ellos una carga insoportable. Quise hacer el bien y así comencé a asesinar a todos aquellos que creía más infelices, y lo hice infligiéndoles todo el dolor y sufrimiento del que era capaz. La muerte les proporcionaría un breve pero intenso momento de gozo, y a mí de dicha porque de esa manera me convertía de nuevo en un dios, ahora un dios que no se conformaba con ser pasivo y loado sino que con su interpretación era capaz de transformarse a la vez en actor y público. Cuanta más muerte acarreaba a mi alrededor, menor era mi desazón; fue un descubrimiento fascinante y si no hubiese sido un dios, acaso hubiera dudado de mi cordura. Apenas me daba cuenta de que mis caprichos se volvían más absurdos y violentos, y pronto la dosis de horror necesaria para mitigar mi hastío se incrementó tanto que sólo la guerra bastó para arrancarme de ese marasmo. Cada mes, cada año necesité más y más. Más violencia. Más muertes. La última guerra apenas duró unos pocos segundos, pero por primera vez en mi vida reí entusiasmado, palmeé como un niño, me alborocé como las adolescentes que una vez me habían deseado. Experimenté la felicidad de un dios, y aunque sólo duró un instante, fue infinita en su intensidad.
Después llegaron el silencio y la oscuridad a aquel mundo devastado; el aburrimiento regresó y se acomodó a los pies de mi lecho. Desde allí me ha estado observando con ojos cargados de astucia y me cuenta cada mañana que sólo hay una forma de hacerle desaparecer. Los gruesos muros grises de mi habitación son monótonos y aburridos. Fuera están la oscuridad y el veneno que aún supuran de mi risa extinguida. Me aguardan, y yo me pregunto cómo será la muerte de un dios.
lunes, 13 de diciembre de 2010
El país se cae a pedazos (7)
Un plan B, dice. El Gobierno tenía un plan B previsto ante el acoso de los mercados. Yo también tengo un plan B. Gracias a la Reforma Laboral, mi empresa puede echarme mañana a la calle sin justificación (por mucho que se empeñen en decir lo contrario) con doce días de indemnización por año trabajado (el Estado paga otros ocho). Cuando esto suceda, viviré del paro durante unos meses y en el momento en que la prestación se extinga, comenzaré a comerme mis ahorros. ¿Y qué pasará cuando el saldo de mi cuenta corriente esté cerca del cero? ¡Ah, yo también tengo un plan B! Ese día empezaré a empeñar los muebles, la cadena de oro, el home cinema, la televisión... Sí, estoy tranquilo porque yo también tengo un plan B, yo también tengo aeropuertos y loterías que empeñar. Claro que, si uno empeña sus bienes, raramente le dan su valor venal, menos aún si la prisa o la desesperación nos aconsejan al oído. En estas ocasiones, los únicos que suelen hacer negocio son los propietarios de las casa de empeño, y lo hacen con la angustia y la necesidad de los más.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
El país se cae a pedazos (6)
Esta mañana he ido leyendo los titulares que aparecían en la portada del periódico que suelo comprar: "La educación española se instala en el suspenso". Según el informe PISA estamos por debajo de la media de la OCDE (65 países) y de la mitad para abajo en la lista en todos los conceptos analizados. Otro titular dice: "Los atracones de alcohol son la nueva tendencia. Desciende el consumo de drogas ilegales, pero crece la borrachera". Será por efecto de la crisis, me digo. Al fin y al cabo, el kalimotxo sigue siendo más barato que la cocaína, creo. Otro titular: "Seríamos peores sin los buenos libros", dice Vargas Llosa. Sobre todo si no los leemos, me permito apostillar. Ante el no avance de la capacidad de comprensión lectora (dice el informe PISA) y las borracheras, tampoco es muy de extrañar que no se lea demasiado.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Un desastre zoológico
"Veo en los sucesos de España un insulto, una rebelión contra la inteligencia, un tal desastre zoológico y del primitivismo incivil, que las bases de mi racionalismo se estremecen. En este conflicto, mi juicio me llevaría a la repulsa, a volverme de espaldas a todo cuanto la razón condena. No puedo hacerlo. Mi duelo de español se sobrepone a todo. Esta servidumbre voluntaria me ha de acompañar siempre y nunca podré ser un desarraigado. Siento como propias todas las cosas españolas, y aun las más detestables, hay que conllevarlas, como una enfermedad penosa. Pero eso no impide conocer la enfermedad de que uno se muere; o más exactamente, de que nos hemos muerto; porque todo lo que podemos decir ahora sobre lo pasado suena a cosa de otro mundo".
jueves, 2 de diciembre de 2010
El país se cae a pedazos (5)
He empezado a escribir estos párrafos diciendo "Mi banco...", y entonces me he dado cuenta de lo estúpida que podía resultar tal expresión. Implica un cierto sentido de propiedad cuando, en realidad, es el banco el propietario de mi casa y de casi todo lo que tiene dentro. Desde luego, no tengo en absoluto la sensación de que ni una mínima parte de él sea mía por mucho que en su día comprara unas pocas docenas de acciones. No diré que me engañaron, pero sí que ahora valen la mitad que entonces aun cuando me prometieron lo contrario. En cualquier caso, ese banco en el que cada mes me ingresan mi cada vez más magra nómina me envió hace unos días una comunicación ofreciéndome participar en su ampliación de capital. Al parecer quieren comprar un banco turco o algo así. En la cabecera de la orden de compra aparecía lo siguiente: "AMPLIACIÓ DE CAPITAL". No sé, me pareció una falta de respeto. Caben dos posibilidades. Primera: nadie se ocupa de revisar los textos u ocupándose, se le escapó. No dice mucho del interés por la corrección. Segunda: Se dieron cuenta, pero no les importó; el bono iba dirigido a pequeños e incluso minúsculos accionistas.
Es una anécdota, un detalle sin importancia seguramente, pero al mismo tiempo dice mucho de la consideración que les merecemos a las grandes corporaciones sus clientes actuales y/o potenciales. Algo parecido sucede cuando recibes una llamada a las once de la noche de una señora con acento de la Patagonia, que llama desde la Patagonia y que trata de que te cambies de compañía telefónica. Esa señora ganará, sin duda, una miseria, y no habrá tenido la mínima formación necesaria para poder desempeñar su trabajo. Tendrá que agradecer, además, el haber podido conseguir un empleo como ése. La impresión que causa esta forma de comercio es deleznable, sin embargo a los grandes estrategas de esas compañías no se les ocurre que su forma de actuar pueda ser ofensiva. ¿No piensan que uno agradece que le traten como si fuese importante, único, especial? ¿No se dan cuenta de que somos algo más que una posibilidad de negocio, de que somos personas y que nos agrada que nos traten como tales? Sólo importa ganar un céntimo más, sacándolo del bolsillo del cliente idiota o del empleado del tercer mundo inerme y desposeído. La importancia de una 'n'.
martes, 30 de noviembre de 2010
Madriz?
viernes, 26 de noviembre de 2010
La muerte de una Mente
lunes, 22 de noviembre de 2010
El país se cae a pedazos (4)
Irlanda ha caído; pronto sus ciudadanos dejarán de ser tales y se convertirán en ilotas. Los Mercados les obligarán a devolver los 90.000 millones de euros (al 5% de intereses) que les van a prestar para reponer la cantidad similar que se ha ¿esfumado?. La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. El dinero es energía y sólo cambia de bolsillo. Los nuevos ilotas europeos habrán de abonar 20.000 euros por cabeza, sin contar intereses. El diccionario de la RAE define ilota de la siguiente manera: "Persona que se halla o se considera desposeída de los goces y derechos de ciudadano". Hace unos días, el escritor irlandés Colm Toibin (más que recomendable su novela "Brooklyn") decía: "Un centenar de personas nos han metido en el agujero. Literalmente, media docena de bancos, una docena de promotores y un puñado de políticos son los responsables. Irlanda es una pequeña isla. El primer ministro, el jefe de la oposición y el ministro de Finanzas llegaron a la política heredando el escaño cuando murieron sus padres: capitalismo de clan".
lunes, 15 de noviembre de 2010
El país se cae a pedazos (3)
En 1976, el 1% de la población de los EE.UU. poseía el 9% de la riqueza. En el año 2009, esa casta de privilegiados es propietaria del 24%. ¿Alguien dispone de este tipo de cifras para lo de aquí? No creo que sean muy diferentes. Leí que apenas 1.000 tipos controlan el 80% del PIB de acá, sin embargo parece obligatorio tener que saquear las conquistas sociales conseguidas con tantos esfuerzos con el fin de pagar una crisis de la que no tenemos la culpa. Nos lo dicen todos los días, para que lo entendamos bien; nadie plantea otra solución. Me pregunto, si en los últimos diez años el PIB ha crecido un 30 ó 40%, es decir, somos un 30 ó 40% más ricos, ¿cómo es que ahora no hay dinero para nada y rondamos la quiebra? Será que los 1.000 tipos se han quedado con toda esa riqueza y no les apetece soltarla. Hace unos días, contaba Rafael Argullol: "El capitalismo, que se ha desembarazado al fin de cualquier contención ética, aparece cada vez más reacio a cualquier ejercicio de calidad democrática y más seducido por la visión mafiosa del mundo". Pues eso.
Los hijos de Dios y las hijas de los hombres
"Cuando los hombres empezaron a multiplicarse sobre la tierra y les nacieron hijas, vieron los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas y tomaron para sí por mujeres de entre todas ellas las que bien quisieron. Dijo entonces Yahvéh: No permanecerá mi espíritu en el hombre para siempre, puesto que él es pura carne. Ciento veinte años serán sus días. Había gigantes en la tierra por aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y ellas les dieron hijos. Éstos son los héroes que fueron desde muy antiguo hombres famosos."
sábado, 6 de noviembre de 2010
Reconciliación
Sábado por la mañana, una hora poco habitual para que me ponga a escribir aquí. Sin embargo, hoy y ahora es uno de esos extraños momentos en los que me siento reconciliado con la vida. Hace un rato he terminado de leer "Diarios 1999 - 2003" de Iñaki Uriarte. Decir que la obra me ha encantado es decir poco. Su filosofía de vida, ese no desear hacer nada, intentar ser feliz con menos; su sentido del humor y su fina ironía; su sinceridad de niño bien de 57 años que se ha podido permitir cumplir sus deseos en un cierto porcentaje, digo que gracias a todo ello, estos días pasados han sido un deseo de volver a sentarme en mi sillón, en cualquier cafetería, en un banco de parada de autobús, daba lo mismo, con tal de compartir unos buenos momentos con este amigo en que se ha convertido Iñaki Uriarte. Charlar con él a través de sus páginas, olvidarme de todo durante un rato y creer que todo puede ser de otra manera. Charlar con quien estás a gusto. Un placer. Ahora, un fragmento, al azar:
lunes, 1 de noviembre de 2010
El país se cae a pedazos (2)
Cada día me convenzo más de que todo va mal. Esa dinámica, iba a decir extraña pero si lo medito bien no lo es tanto, que ha barrido el mundo (y nuestro país) del todo vale, yo primero y mis intereses conmigo y el resto después o jamás, léase: invasión de países, víctimas colaterales, legalización de la tortura, vulneración de las leyes internacionales, donde dije digo digo diego, máximos beneficios y mínimo reparto o distribución de la riqueza (el número de pobres en la España de la champion ligue de la economía de estos años ha crecido en vez de disminuir), programación basura en la que se motiva la zafiedad y la mala educación y en la que se demuestra que esas actitudes ofrecen réditos suculentos, etc, etc, etc, digo que todo eso ha ido calando en nuestra sociedad. Es algo que percibo a cada momento; estoy absolutamente convencido de que una gran parte de nuestros conciudadanos ha caído en una especie de fascismo individual, algo que ya va más allá del clásico egoísmo. Hace poco me lo decía amigo de los chavales, quienes confunden sus deseos con sus derechos. Pero no son sólo los adolescentes. Desde luego algunos de ellos no tienen problema en emporcar nuestras plazas y calles los fines de semana con el argumento de que la bebida es muy cara en los bares. Es cierto lo último, pero también es verdad que hay papeleras. No importa. Voy más allá, el fascismo llega a los más bajos niveles y detalles de la convivencia diaria, casi se está convirtiendo en una especie de autismo social que nos impide ver más allá de nuestro interés inmediato.
- El vecino aparca su coche en su plaza de tal manera que lo deja a 1,5 cm de tu puerta de conductor. La puerta del pasajero (de tu coche) está a 1,5 cm de la columna. La puerta del conductor del coche de tu vecino está a 1,5 m de su columna. Conclusión: te tienes que venir a trabajar en transporte público. Si se lo reprochas al vecino, con mucha suerte obendrás una mirada de incomprensión y un encogimiento de hombros. ¿Y a él qué le cuentas?
- Un tipo aparca su coche bajo una señal de prohibido aparcar manejando el volante con lo que deben ser muñones. Deja el sitio justo para pasar y yo lo hago despacio tratando de no joder mi coche, el suyo o el de el otro lado (correctamente aparcado, por cierto). Cuando lo he conseguido, aprecio por el retrovisor al individuo, ya fuera del coche, haciendo gestos "ostentóreos" en el sentido de que hay sitio de sobra para pasar. Los dos vehículos que lo hacen a continuación obran como yo, lo cual me tranquiliza. Por supuesto el energúmeno no retira su vehículo. Los municipales, al llamarles, se me ríen en la oreja.
- Estoy comprando un par de lamparas. Una amable, preciosa, suculenta y pelirroja señora me atiende, todo sonrisas ella. En ese momento entra una pareja joven y de vestimenta progre y alternativa con un niño mutante en su cochecito y comienzan a interpelar a la dependienta sobre unos apliques en los que están interesados. Piden catálogos, piden verlos in situ, el niño, ya libre de sus correajes, corretea, ellos le gritan, pero sin moverse del mostrador, del cual me han apartado impunemente. ¿Acaso soy invisible o ellos son autistas? ¿No se han dado cuenta de que me estaban atendiendo a mí? Quizá me falte personalidad.
- Estoy tomando un café. En el local las conversaciones son susurradas. Una música suave nos mece a todos. En ese momento, cuando acabo de volver la página de mi libro, entran dos tipos hablando a voces y compartiendo sus pensamientos con los restantes parroquianos, aunque nuestro interés sea nulo. ¿Se percatan ellos del silencio y se obligan a hablar más bajo? ¡Ja! ¿Y quién les dice que por favor bajen el volumen? Nadie, por supuesto. Ellos tienen derecho.
- Un tipo se cambia de carril sin dar intermitente y aún te hace gestos, de nuevo "ostentóreos", porque no eres telépata y no le has cedido el paso como hubiera correspondido, no a las normas de tráfico, sino a su capricho y voluntad.
- El vecino de arriba, no contento con arrastrar sus muebles de un lugar a otro cada día, obliga a sus niños a correr, saltar, berrear, gritar (jaleados por su mamá y él mismo) todos los fines de semana desde las ocho de la mañana . ¿Acaso piensa en su infeliz vecino del 2º B? La respuesta es obvia. Una tímida tentativa de hacerle ver lo molesta que puede llegar a ser la situación se traduce en una obscenidad, una puerta a dos centímetros de mi nariz y más ruido.
- La vecinita del 5º A sale del ascensor -tan mona y pizpireta ella- cada mañana, fumando.
- Etc.
Todos estas pueden ser consideradas sólo como manifestaciones puntuales de mala educación. Desde luego son mala educación, pero creo que son síntomas de una grave enfermedad que nos empieza a afectar con intensidad. El contagio avanza con rapidez. Siempre ha habido gente grosera, pero su incremento en porcentaje es evidente. Y recordemos que el diez por ciento de una población puede joder la convivencia de un país entero si se pone a ello. La base ideológica del fascismo son la mala educación y la falta de respeto a los demás; éstas están ahí delante, dispuestas a asaltarnos sin que haga falta que las provoquemos siquiera. Me pregunto: si hasta hace poco, tiempo de vacas gordas, las cosas han sido así, ¿que comenzará a suceder a partir de ahora? ¿Llegará la humildad o todos querremos mantener nuestras cotas de mala educación a costa de lo que sea? Me temo lo peor. Hace poco leía a un reputado economista que aseguraba que es más importante dejar un país con educación que sin deudas. No llevamos buen camino.
jueves, 28 de octubre de 2010
Sé todos los cuentos
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos...
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos...
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos...
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos...
Y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos...
Y sé todos los cuentos.
lunes, 25 de octubre de 2010
El país se cae a pedazos (1)
domingo, 24 de octubre de 2010
... viendo llover en Macondo
“Llovió durante todo el Lunes, como el Domingo, pero entonces pareció como si lloviera de otro modo, porque algo distinto y amargo sucedía en mi corazón. Al atardecer, dijo una voz junto a mi asiento: “Es aburridora esta lluvia”. Sin voltear a mirarlo, reconocí la voz de Martín. Sabía que él estaba a mi lado, con la misma expresión fría y pasmada que no había cesado desde aquella madrugada de Diciembre en que empezó a ser mi esposo. Habían transcurrido cinco meses. Ahora yo esperaba un hijo, y Martín estaba a mi lado diciendo que le aburría la lluvia”.
martes, 19 de octubre de 2010
En esencia /y 4
El resto de la tarde lo pasé angustiado. Cada pocos minutos me giraba inquieto, como si temiera que la puerta se fuese a abrir de un momento a otro. Cuando lo hacía, mis ojos se cruzaban con los de aquella mujer. Durante la mañana la señora me había parecido una especie de centinela, era como si mi jefe hubiera dejado allí su esencia, inquietante y condensada. Sin embargo, ahora me daba pena, porque tenía la impresión de que Don Arturo, sencillamente, se la había dejado olvidada.
Por la noche, la enfermera se congratuló de que mi madre me acompañara de una manera tan incondicional. Eso era amor, dijo mientras la arropaba con una mantita.
Don Arturo no apareció a la mañana siguiente, pero la enfermera vino a buscarme y me acompañó hasta el teléfono. Mi jefe me reclamaba los últimos informes. Traté de explicarle que el dolor del brazo afectaba a mi concentración, lo cual era mentira, y que su señora seguía allí, esperándole, lo cual era verdad, y que… En este punto me interrumpió y me berreó que tuviera mucho cuidado con lo que hacía.
Una semana más tarde, la señora continuaba allí conmigo y ya iba al baño cada dos o tres horas. Poco a poco, Celia —el tercer día se atrevió a susurrarme su nombre—, fue reviviendo. El primer día se había limitado a salir de la habitación cuando vinieron a hacerme la cama. Cuando la enfermera le indicó que ya podía pasar, se volvió a sentar en la butaca. El segundo día me ayudó solícita con la comida: me troceó el filete y después me peló una manzana. Se desplazaba por la habitación como un pájaro, dando pequeños brincos, moviendo la cabeza arriba y abajo sobre su delgado cuello. Solía ausentarse treinta minutos a su hora de comer; después regresaba, silenciosa, y se posaba de nuevo sobre su palo en forma de butaquita.
Don Arturo no había vuelto a aparecer por el hospital. La tarde en que me telefoneó para gritarme que, en esencia, estaba despedido, creo que me limité a encogerme del hombro sano y alegrarme ante la idea de perderle de vista. Quise preguntarle cuándo iba a recoger a su esposa; un chasquido al otro lado de la línea y un pitido en la oreja fue lo que obtuve por toda contestación. No fui capaz de volver a llamarle. En esencia, y aunque me hubiese despedido, Don Arturo siempre iba a ser mi jefe.
Unos días más tarde me dieron el alta. Celia seguía allí, subiendo y bajando su cabeza como si estuviera atisbando de continuo la aparición de Don Arturo, y ayudándome con una diligencia y esmero cada vez mayores. Ahora vendrá el taxi a recogerles a usted y a su madre, dijo la enfermera. Miré a la señora y me pareció que una sonrisa asomaba a sus labios. Otra duda enorme, estúpida e incongruente me asaltó de nuevo, una duda que delataba, en esencia, mi derrota y mi falta de carácter. Pensé, ¿y qué hago yo ahora con esta mujer?
domingo, 17 de octubre de 2010
En esencia /3
—No me huya la mirada, Montes, no me huya la mirada que a mí no me la pega. ¿Dónde están los otros tres informes? ¿Se puede saber? ¿Para qué le pago, para que esté aquí todo el santo día, en esencia tocándose los huevos?
Traté de explicarle lo del extravío de los informes el día que me ingresaron, pero sin demasiada convicción. Era consciente de la futilidad de mi intento. Mi fracaso se dibujaba en las cejas cada vez más enarcadas de mi jefe.
—Usted, Montes… —la voz le temblaba de ira. A mí el frío me chorreaba por todos los poros de mi piel.
—Usted, Montes —repitió—, usted se piensa que yo soy idiota…
—No, por Dios, Don Arturo —no podría decir si mi voz llegó a oírse. Ni siquiera sé cómo fui capaz de abrir la boca.
Don Arturo soltó un bufido y se largó dando un portazo.
Me quedé unos segundos en medio de la habitación tratando de recuperarme, aspirando muy hondo, queriendo olvidar aquellos iris orlados de sangre.
De repente me acordé de la señora de Don Arturo. Mi cara de pasmo me contemplaba desde el espejo, allá a lo lejos, al fondo de la habitación. Dejó de hacerlo cuando me giré. Allí seguía, sentada en el sillón, inmóvil, mirándome muy fijo, sin parpadear. El día anterior no me había fijado mucho en ella. Ahora, sin embargo, no me quedó más remedio. La esposa de mi jefe era una mujer de unos sesenta años, rostro estrecho de tez amarillenta y cuerpo diminuto. No mostró con ningún gesto que la marcha de su marido le hubiese provocado ni la más ligera inquietud o extrañeza. Se quedó sentada en el sillón y se limitó a continuar mirándome. Durante las siete horas siguientes no dijo ni palabra. Era como una pintura egipcia, siempre de perfil, mirándome.
Mi jefe regresó por la tarde; traía más informes, mezclados ahora con unas cuantas amenazas. En esencia, mis comentarios a los del día anterior le habían parecido una mierda. Al resonar esta última palabra en la habitación, la señora emitió su primer sonido en todo el día mientras se ponía en pie: una ligera tosecilla con la que, imagino, quiso atraer la atención de Don Arturo. Mi jefe la fulminó con la mirada y con un gesto de la mano le ordenó que se sentara de nuevo. Sin apenas darle tiempo a que obedeciera, Don Arturo se dirigió hacia el pasillo y dejó manifiesto su enojo mayestático con un portazo que logró que la pobre mujer volviera a encastrarse entre los brazos del silloncito. El semblante de la señora me recordó al de un chucho asustado, sólo le faltaba soltar unos cuantos gañidos. No sé por qué, pero en aquel momento me asaltó una duda enorme, estúpida e incongruente. ¿Esta tía no tiene que ir al baño nunca?
viernes, 15 de octubre de 2010
... de Lewis
jueves, 7 de octubre de 2010
martes, 5 de octubre de 2010
En esencia /2
Cuando recuperé la conciencia después del accidente, lo primero que pensé fue que, después de cinco años, me iba a poder librar de aquel tipo de bromas y de sus actitudes tiránicas y humillantes durante una buena temporada. No recuerdo un solo día en el que no regresara a casa desquiciado. ¿Cómo no va uno a perder los nervios cuando el jefe te llama por teléfono de forma compulsiva, después aparece por el despacho, te repite la conversación telefónica de unos minutos antes y a continuación convoca una reunión para tratar el mismo tema? Me mortificaba con sus críticas, con su desconfianza perpetua acerca de mi trabajo. Mis opiniones se perdían por el desagüe de su indiferencia de forma sistemática. Para él yo no era sino un mero recipiente en el que vertía su esencia y anulaba la mía propia. En esencia, cuando Don Arturo estaba presente, los demás no existíamos. En la oficina su presencia era intensa, continua, adherente, pegajosa, opresiva. Sólo cuando se encerraba en su cubil o se ausentaba nos atrevíamos a levantar la vista de los teclados; de vez en cuando hasta osábamos criticarle, no sin antes dirigir nuestros ojos atemorizados hacia la puerta tras la cual moraba aquel hombre.
Ya nos habían dado de cenar cuando Don Arturo se presentó en el hospital acompañado de la que supuse que debía ser su señora, porque no se molestó en presentármela.
—Tú siéntate ahí, mujer, hasta que termine con Montes —le ordenó en un tono que a mí mismo me hizo enderezar la espalda y casi ponerme en posición de firmes.
La sorpresa por la visita apenas duró unos segundos; el objetivo de mi jefe no era interesarse por mi salud, sino dejarme unos cuantos informes y exigirme los que me habían perdido en el hospital. Esto ya me parecía más propio de él.
—Mañana los quiero revisados y comentados, ¿eh, Montes?, y los del viernes también, que el ladrillo te ha dado en el hombro, no en la cabeza —me ordenó, después de media hora de divagaciones acerca de la esencia de su contenido.
—Sí, Don Arturo. Trabajaré en ellos toda la noche —respondí.
Me echó una mirada de reojo cargada de recelo y, sin siquiera despedirse, se dio la vuelta y le gritó a su esposa:
—¡Vamos, mujer! Ya he terminado con éste, date prisa, coño, saca el culo de la silla —la atosigó.
A las ocho de la mañana del día siguiente, Don Arturo apareció en la habitación acompañado de nuevo por su señora. Con las mismas formas que la tarde anterior le ordenó a su esposa que se colocara donde no estorbase. La señora se deslizó hasta una esquina del cuarto y se sentó en una butaquita forrada de plástico que había al lado de la ventana. Mientras agarraba los informes, dando por supuesto que estaban ya revisados —lo cual, en esencia, era incierto—, Don Arturo se me acercó más de lo que me hubiera gustado, agitándolos delante de mi cara. El iris de sus ojos aparecía rodeado por un tenue aro rojizo, lo cual era muy mala señal. Un temblor más que predecible hizo que mis piernas se convirtieran en madejas de lana. En pocos segundos, Don Arturo quedó reducido a unos labios que se contorsionaban de una manera inquietante.
domingo, 3 de octubre de 2010
En esencia /1
Llamé a la oficina el lunes por la mañana. En la habitación del hospital no había teléfono y mi móvil, junto con mis otros efectos personales, había desaparecido después del accidente. Para mí el asunto era grave porque en la cartera llevaba varios informes que debía haber revisado durante el fin de semana para entregarlos aquel mismo lunes. El estómago se me sublevaba sólo de pensar en lo que iba a suceder con Don Arturo, mi jefe, si no aparecían pronto aquellos documentos.
El teléfono estaba en la sala de espera, por fortuna casi vacía a aquellas horas. Marqué el número de mi jefe y aguardé a que respondiera. Don Arturo es un sesentón seco, autoritario, prepotente y despótico, dotado de un extraño sentido del humor que sólo él entiende. Además es una persona muy pesada. Hace cinco años que comencé a trabajar para él y desde el primer día estuvo convencido de que yo era una especie de anormal a quien era necesario explicarle todo por escrito y después leérselo muy lentamente, para cerciorarse de si lo había captado… en esencia. “En esencia, ¿eh, Montes?, en esencia.” “Sí, Don Arturo, en esencia.”
En esencia. Aquél era su latiguillo predilecto. Por supuesto yo no captaba la esencia de nada de lo que me decía: Don Arturo era incapaz de acabar una frase y enlazarla con la siguiente en un discurso ordenado. De entre sus dientes, e impulsadas por la catapulta de su lengua, salían palabras y más palabras que se convertían en un enjambre de moscardones zumbando alrededor de mi cabeza, aturdiéndome hasta lograr que mi rostro adquiriera el gesto idiota que caracterizaba mis conversaciones con él.
De la confusión y la idiotez sólo había un paso hasta el sometimiento más absoluto, y esa frontera hacía ya mucho tiempo que la había atravesado. Sus razonamientos eran pétreos e invulnerables; sus órdenes siempre se obedecían; sus opiniones eran tan sagradas, ambiguas y certeras como los oráculos de la pitonisa de Delfos. Las jornadas laborales sólo finalizaban cuando él lo dictaba con su propia marcha; por las tardes espiaba nuestra salida desde la ventana de su despacho y si, por un azar o necesidad, alguna vez abandonábamos la oficina antes que él, la desazón de sabernos observados y de tener que afrontar a la mañana siguiente su interrogatorio y acusación inquisitoriales, nos descomponía el gesto, el pulso y las tripas.
Aspiré hondo cuando oí su voz al otro lado del auricular.
—¿Sí? —gruñó Don Arturo.
—Hola, Don Arturo. Soy Ricardo, ¿qué tal está usted? Verá, le llamo desde el hospital. El sábado… —no pude continuar.
—¡Montes! ¿Dónde coño andas? Ya tenías que estar aquí, ¿es que no sabes que tenemos una reunión con los de la consultora a las diez? —gritó mi jefe en su más pura esencia.
—Sí, Don Arturo —balbuceé—, pero es que he tenido un accidente. El sábado me cayó un ladrillo de una fachada en el hombro derecho y lo tengo destrozado.
—Ya, o sea que hoy no vienes a trabajar —¿dije que era un insensible?
—Pues no, Don Arturo, creo que no. Lo siento mucho, pero…
—Vale, vale, ya me apañaré. Oye…
—¿Sí?
—Digo que, ¡coño!, si el ladrillo te llega a dar en la cabeza, en esencia te jode, ¿eh, Montes? —soltó una risotada y colgó sin despedirse.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
domingo, 26 de septiembre de 2010
Tu piel es mi único sol
En la sangre se despliegan melodías
Como un estribillo lejano
Que resuena tras los ecos del pasado
Para hacer presentes las palabras ahogadas
Y así detener la vida en el momento esencial
Antes de la fuga desesperada.
Sangre, sí, globulada de futuro
Manando de tu herida, abierta, profunda
Cayendo, espesa, por tu brazo exangüe
Rojo sangre, tu nombre teñido de amor
En la tarde de entonces tu cuerpo refulge.
Tu piel es mi único sol.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Son tus ojos los que miran
No basta abrir la ventana
Para ver los campos y el río. (*)
Son tus ojos los que miran
En unas cuencas vacías
Que alojaron miradas de deseo
Y vaciaron las lágrimas de soledad
Insensatos de ser y no poder amar.
Desparecer y no haber sido
Es una suerte de latencia
Escasa y lejana
Como la más pequeña estrella del firmamento
Angustia por brillar
En ese día postrero que nos ha de llegar
Morir solo después del final.
(*) Versos de Alberto Caeiro - Fernando Pessoa
Hospital de Órbigo
05/09/2010
domingo, 12 de septiembre de 2010
Tú
jueves, 9 de septiembre de 2010
... de Kapuscinski
"Lo primero que llama la atención es la luz. Todo está inundado de luz. De claridad. De sol. Y tan sólo ayer: un Londres otoñal bañado en lluvia. Un avión bañado en lluvia. Un viento frío y la oscuridad. Aquí, en cambio, desde la mañana todo el aeropuerto resplandece bajo el sol, todos nosotros resplandecemos bajo el sol".
domingo, 5 de septiembre de 2010
La Tertulia de la Granja en León
martes, 31 de agosto de 2010
IV Viaje Literario de La Tertulia de La Granja
domingo, 29 de agosto de 2010
martes, 24 de agosto de 2010
En el Jardim da Estrela
Sentado en un banco en el Jardim da Estrela de Lisboa, no conseguía concentrarme en la lectura; por la cabeza me rondaba un poema de Pessoa, o mejor, de su heterónimo Alvaro de Campos:
lunes, 23 de agosto de 2010
Rua de Cenaculo
sábado, 21 de agosto de 2010
Capela dos Ossos
Bajo los arcos del acueducto de Évora se cobijan las viviendas, sus fachadas blancas alineadas con las columnas de piedra de la conducción de agua. Toda la ciudad resplandece de blanco, Évora no se cae, se eleva orgullosa sobre las piedras que cubren sus calles, piedras sobre las que rebota el eco de los murmullos y se extiende como un manto adormecedor. Aquí se respira tranquilidad, reposo, decadencia. Évora parece fuera del tiempo, ajena a las prisas y al furor de los visitantes. Se camina despacio por la sombra, cualquier momento y rincón son buenos para detenerse a descansar. ¿Para qué apresurarse? Al final todos seremos feligreses de la Capela dos Ossos.
Como en tantos lugares, la vanidad humana aquí también se queda reducida a losas y tumbas que sólo sirven de fondo a las fotografías de los turistas, o que acaban siendo pulidas hasta el anonimato por las pisadas de los fieles y los curiosos. Pero en Évora hay un sitio especial, la Capela dos Ossos. En el dintel de entrada, un aviso: “Nós ossos que aqui estamos, pelos vossos esperamos”. Más allá, paredes y columnas recubiertas de calaveras, tibias, coxis y fémures hasta transformarse en los auténticos muros que sostienen las bóvedas. La vida humana así resumida a ser el revoque de una capilla; mudos, sordos y ciegos asistentes eternos a las oraciones y salmodias de los monjes que allí los han fijado.
jueves, 19 de agosto de 2010
Sintra
“Ó mar salgado, quanto do teu sal sao lágrimas de Portugal”.
martes, 17 de agosto de 2010
Humo
sábado, 14 de agosto de 2010
Ovos moles
Moliceiros, bateiras y saleiros surcan los canales de Aveiro. A Aveiro, anclada en el interior de una ría, le cercenaron el mar una vez.